Con casi cuatro décadas de trayectoria, el intérprete cordobés finalmente pudo saldar su cuenta pendiente con el cine: además de participar en La odisea de los giles, protagoniza otras cuatro películas. El recuerdo de sus comienzos con Norman Briski, Antonio Gasalla y La noticia rebelde.
9 de octubre de 2019
Vení, acompañame al kiosco. Necesito unos puchos. Ahora bajé un poco la cantidad, pero si no fumo, no podemos hablar», pide Daniel Aráoz al cronista de Acción. «Venía con muchas cosas, necesitaba parar un poco, a veces la ansiedad me juega una mala pasada», agrega. Mientras caminamos por la calle Darregueyra hasta Paraguay, su barrio desde hace unos 15 años, el actor cordobés cuenta que se tomó unos días luego de rodajes y presentaciones múltiples. «En casi 40 años de actuación, nunca pude distenderme a la hora de las vacaciones: así es la vida del actor».
Después de abrir el paquete de cigarrillos, apurado, pide fuego al kiosquero e inhala la primera bocanada con placer y alivio. Un vecino lo reconoce y le palmea el hombro. Volvemos a su casa angosta pero vertical, de tres pisos, cuyas paredes están copadas por los cuadros de Renata, su mujer, que es artista plástica. «Es muy buena ella, tiene una mano sofisticada para la pintura y ahora está exponiendo en una galería de Córdoba muy importante», cuenta.
Aráoz es una de las columnas vertebrales de La odisea de los giles, la película de Sebastián Borensztein preseleccionada para ser el crédito argentino en los próximos premios Oscar. Encarna a Belaúnde, el entusiasta ladero del personaje de Ricardo Darín. Y recuerda la experiencia de rodaje como «algo potente, nos sentíamos una familia nómade que íbamos filmando en distintas localidades de la provincia de Buenos Aires, con un optimismo y una alegría que no es habitual. Creo que se dio gracias a la comunión de actores que, más allá de las diferencias generacionales e ideológicas, entendimos lo privilegiados que éramos de formar parte de este tanque, que sigue en cartel después de más de un mes de su estreno».
–¿Cuál es el secreto de la película?
–El foco donde está puesta la historia, que es la rebelión contra el sistema de parte de un grupo de gente común, laburadora y también un poco loca, que pelea por una cooperativa de trabajo social, es algo que engancha. Es una película que transmite cierta épica y están muy bien representadas todas las clases sociales: el marginal, el obrero, el empresario solidario, el loquito y el garca.
–¿Por qué pensás que fue preseleccionada para competir en los Oscar?
–Y también en los premios Goya. Según mi impresión, porque es una historia bien contada, muy bien dirigida, con un elenco maravilloso, basada en La noche de la usina, la novela de Eduardo Sacheri. Creo que todo eso hizo no solo que fuera elegida para representar a la Argentina en los Oscar, sino que también fuera vista por más de un millón y medio de espectadores. Combina drama, comedia y algo de thriller y western.
–De alguna manera, ¿refleja la vida misma?
–Fue la vida misma, fue lo que muchos pasaron en este país, porque fueron muchos los que han sido estafados por los bancos y por las empresas. Pero el mensaje puntual de la película, que no es localista para nada, por eso llegó a los festivales de San Sebastián y Toronto, resume que el golpe es duro, pero se sale únicamente peleándola todos juntos. De allí proviene la emoción que exterioriza la historia.
Roles complejos
Además de La odisea de los giles, el actor hizo en el último tiempo varios films más pequeños: ¿Yo te gusto?, de Edgardo González Amer; Porno para principiantes, de Carlos Ameglio; Las furias, de Tamae Garateguy; La noche más larga, de Moroco Colman. Todas producciones de estreno reciente o inminente que conforman, según el intérprete, «un ciclo de villanos que me encantan, pero convengamos que en nuestro oficio no hay una moralización de los roles».
–¿Te sientan bien los malvados?
–Me cae bien interpretarlos, sobre todo a partir de que se me empezó a tener en cuenta para esa finalidad. Debe haber algo en esta trucha que motiva a directores y guionistas. Y yo me divierto.
–¿Y cómo te llevás con las películas más «pequeñas»?
–Todo es trabajo para mí, agradezco que me sigan teniendo en cuenta. Además no hay películas grandes ni pequeñas, yo dejo todo en ¿Yo te gusto?, Las furias y La odisea de los giles; para mí cada uno, cuando lo hago, es el trabajo de mi vida. Siempre me lo tomé así.
–Una de las películas que filmaste, La noche más larga, está basada en la historia de un violador serial cordobés. ¿Cómo fue construir ese personaje tan complejo?
–Muy difícil. Por empezar, tuve que hablar con mi mujer, Renata, para consultarle qué le parecía, porque describe la vida de un enfermo sexual. Una vez que me dijo que sí y me estimuló, entendí que era algo necesario. Así fue que me sumergí en la historia, muy fuerte, durísima, creo que nunca había hecho un rol tan impactante.
–¿Cómo se hace para construir un rol así?
–El del actor es un oficio muy profundo, algo que heredé de mi madre Elba, que era una actriz de Clucellas, pueblito cordobés cerca de San Francisco. De ella y de mi viejo viene esa pasión, esa garra, que me llevaron a preparar cada personaje con absoluta seriedad y hondura. Y en este oficio pueden surgir riesgos como este, pero a mí no me amedrenta ningún papel, por más complejo que sea.
–Te estás desquitando con el cine, después de una llamativa ausencia.
–Sí, el cine me llegó en los últimos años, de grande, porque lo mío siempre fue mucho teatro y televisión: era mi materia pendiente. Creo que para instalarse en el cine se necesitan años de experiencia y hoy me encuentra en un momento de gran madurez.
–¿Cómo recordás El hombre de al lado, la película por la que más premios recibiste?
–Fue inolvidable, una bisagra en mi vida cinematográfica. Sí, fui muy premiado: el Cóndor de Plata, el Premio Sur y como mejor actor en los Festivales de Quebec y Leira. Me dio una gran proyección internacional.
–¿Sentís que elegís bien los proyectos?
–Siento que paulatinamente me voy consolidando, estoy construyendo una carrera con proyección cinematográfica. Respecto de la elección, soy coherente con mi recorrido y apelo mucho a la intuición.
–Con casi cuatro décadas de trabajo, alguna experiencia tenés.
–Increíble, empecé a los 18 años, en mi Córdoba natal, en obras de teatro callejeras. Después me puse a estudiar, me lo empecé a tomar en serio, pero nunca fui a un conservatorio: lo mío fue ser autodidacta. El tema es que tenía que laburar de algo, conseguir un mango para ayudar en casa, de lo contrario se pudría todo.
–¿Y qué hiciste?
–Me puse a trabajar de peluquero con mi tío, que me enseñó. Y me iba bien, cortaba lindo y me especializaba como peinador. Pude hacer plata durante dos años y casi todo lo que gané se lo dejé a mis viejos. Papá Juan ya no trabajaba, tenía una pensión por invalidez. Entonces de lunes a sábados, de 8 a 21, era mucho trajín, parado todo el día. Y después, en mi tiempo libre, me dedicaba al teatro independiente.
La puerta del humor
Aráoz viaja hacia su pasado familiar mientras relojea la lente del fotógrafo. Se percibe poco elegante y pide un alto para afeitarse una leve desprolijidad en su barbilla y cambiarse la camisa, aunque sin perder pisada a lo que está contando. Quien va y viene, intenso, es Gómez, el pekinés de ojos juguetones. «A finales de 1984, a los 22, me vine a Buenos Aires, con una mano atrás y otra adelante, pero con un norte establecido. Quería meterme de lleno en el teatro porteño».
–¿Qué hiciste cuando llegaste a la ciudad?
–Lo fui a ver a Norman Briski, que ya era quien es hoy. Un tipazo y un maestro en todo sentido: él me recibió, me abrió las puertas y me becó para poder tomar sus clases. Pero me dejó en claro que no estaba bueno que lo hiciera gratis, tenía que haber de mi parte algún esfuerzo para devolver, digamos, su generosidad.
–¿Entonces?
–Plata no tenía, por lo que devolví las clases con trabajo. Después de una entrevista que me hizo, me convertí en su asistente, que para mí era la gloria, ya que me ayudó a nutrirme mucho más. No solo estudiaba teatro, sino que estaba todo el día con Norman.
–¿Fue un golpe de suerte que te recibiera él?
–Yo no creo en la suerte ni en el destino, sí en la construcción de una relación, en la bendición y en la búsqueda profunda de cada ser.
–¿Le debés mucho?
–Todo. Gracias a él, y a mí que me rompí el tujes, pude insertarme en el medio. Norman me dio la oportunidad de realizarme en el oficio que tanto amaba y amo. Igual no fue nada fácil, estaba a 700 kilómetros de casa, solo, ganándome el pan. De alguna manera fue como un exilio en mi propio país.
–¿Cómo fue la despedida de tus padres?
–Fue uno de los momentos de mi vida que más me costó sanar. La escena de mis viejos, en casa, despidiéndome, me estruja el alma. La viejita llorando, mi viejo dándome un abrazo. Me costó curar, muchos años de terapia.
–Pero los volviste a ver.
–Sí, claro, pero ya nunca fue lo mismo, porque ya empezaba a armar mi vida en Buenos Aires, y Córdoba era el lugar de visita. Por suerte, me vieron crecer en el oficio y fueron conscientes de mis comienzos en 1986, en un programa importante como era La noticia rebelde, adonde pude entrar luego de proponerle a uno de sus integrantes, Raúl Becerra, un set de personajes bien bizarros.
–¿Y cuál fue esa primera propuesta?
–El «Esquivador de persona profesional», así se titulaba. Becerra me respondió extrañado y poco optimista: «¿Qué es eso?». Le expliqué que se trataba de un tipo que esquivaba a personas en la calle, hasta que se encuentra con otro esquivador y allí se armaba la polémica. Tenía un lindo formato, que me ayudó a diseñar Norman. Esa fue la puerta de ingreso en un programa exitoso, perdón, exitoso no, importante, con grandes como Guinzburg, Castello, Abrevaya, Repetto y Becerra, claro.
–¿Cómo recordás esa época?
–Hermosa, inolvidable. Fue el primer sueldo serio que tuve, con el que me pude alquilar un departamentito en Buenos Aires y empezar a creer en la posibilidad de instalarme.
–Después de La noticia rebelde llegó la oportunidad de estar con Gasalla.
–Pude estar en su recordado ciclo El mundo de Gasalla. Con Antonio trabajé varias temporadas y construimos una linda amistad.
–Estuviste con referentes del medio.
–Soy un agradecido por los que me dieron la oportunidad, como los integrantes de La noticia rebelde, Gasalla, Briski y tantos otros. Creo que no cualquiera llega a las cuatro décadas de laburo constante y siendo coherente. La síntesis perfecta que va conmigo es que pude resistir y vivir de lo que hice, de lo que hago.
–¿Qué significaría «resistir»?
–Yo estoy en un oficio complejo, lleno de altibajos y vaivenes que te llenan de incertidumbre, que pueden minarte el estado de ánimo. Nada nuevo, porque es común a todos los actores, pero nunca está de más recordar que uno resiste para construir.
–¿Construir qué?
–Cultura.
–¿Y qué sobrevive en 40 años de oficio?
–La potencia del alma, la potencia de la búsqueda y la potencia del trabajo.