De cerca

Homenaje a la infancia

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En su novena película, el director de Tiempos violentos reconstruye el ambiente hollywoodense de 1969 para contar cómo fue posible que el sueño hippie mutara en la pesadilla perpetrada por la Familia Manson. El cine independiente, el spaghetti western y el balance entre drama y comedia.

(Foto: Christophe Simon/AFP)

Le gusta jugar con el rumor de que Había una vez en Hollywood puede ser su última película. Y cuando le preguntan sobre el tema opta por dar respuestas ambiguas. Convertido en uno de los directores más celebrados, pudo darse el gusto de que todos los grandes estudios hicieran ofertas para ver quién se quedaba con la distribución de su novena película. A la hora de elegir el elenco, no tuvo problemas en contratar a los mejores actores, en una larga lista que incluye a Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, en su primera película juntos, pero también a Al Pacino, Kurt Russell y Dakota Fanning, en pequeños papeles que demuestran que hoy todos se mueren por trabajar con él. A los 56 años, Quentin Tarantino puede decir que tiene al mundo del cine a sus pies. Y a juzgar por los resultados, se nota que sabe cómo aprovechar tanta fascinación para no ponerse limitaciones a la hora de crear una nueva historia.
–Describiste a tu última producción como una carta de amor al Hollywood de tu infancia. ¿Qué quisiste decir con esa frase?
–La mayoría de la gente usa la palabra Hollywood eufemísticamente, en referencia a la industria del cine, y eso es parte de esta película. Pero también estoy lidiando con la ciudad de Hollywood, más precisamente con el condado de Los Ángeles. Yo vivía allí en 1969, tenía seis o siete años, pero es un lugar que recuerdo muy pero muy bien. Me acuerdo de todo lo que pasaban en la televisión: los programas infantiles, los dibujos animados que daban los sábados por la mañana y también un programa que se llamaba La casa del horror. Recuerdo perfectamente la música que se escuchaba, porque en aquel entonces había una estación de radio muy importante, la 93KHJ. Y por esa razón la radio se escucha a lo largo de toda la película y los disc jockeys son como los narradores de la época. Yo creo que estoy en una posición única, porque soy lo suficientemente grande como para haber estado ahí en ese momento, pero no tan viejo como para no poder hacer una película totalmente vibrante sobre lo que fue esa época. Tenía la edad mínima necesaria como para poder entender cuál era el mundo en el que vivía. En ese sentido, creo que es un homenaje a mi infancia de la misma manera en la que Roma lo fue para Alfonso Cuarón.
–¿Por eso quisiste contar con dos de las estrellas de Hollywood que quedan?
–Si ellos no son los últimos que quedan, me gustaría saber quién más hay. Supongo que Julia Roberts. Hoy en día hay muchas más celebridades que estrellas de cine, me refiero a las personas que se hicieron famosas por trabajar en una película. Lo cierto es que tengo el privilegio de trabajar con dos de las mayores estrellas de esta generación. Estoy en una situación privilegiada, porque pude hacer una película que se da el lujo de tener esa clase de talentos.
–¿Margot Robbie es una figura que hoy ocupa el lugar que supo tener Sharon Tate en 1969?
–Si, absolutamente. Pero Margot tiene una legitimidad genuina como actriz que no creo que Sharon Tate tuviera antes de fallecer. Hablé con Warren Beatty y me contó que había considerado a Tate para Bonnie and Clyde, y la verdad es que yo no lo podía creer. De todos modos, lo que hice con mis personajes ficticios y los reales que habitaban en el condado de Los Ángeles en aquel entonces, como Bruce Lee, Steve McQueen, Joey Heatherton o Mama Cass, fue algo similar a lo que E. L. Doctorow hizo con Ragtime. Estoy tomando un período de tiempo y un lugar específicos, combinando personajes ficticios que creé para la ocasión y algunas luminarias de esa época, que calzan perfectamente en este mundo. Y después los combino a todos juntos. Al final los ves como parte de una gran pintura, mientras esta situación horrible de los asesinatos de la familia Manson se está gestando en los bordes del cuadro.
–¿Sentís nostalgia por aquel Hollywood?
–Fue un período muy interesante. No creo que me genere nostalgia. No es que quisiera que vuelva esa época, aunque reconozco que fueron un tiempo y un lugar especiales. Lo que lo vuelve muy interesante a la hora de examinarlo es que solo duró un par de años, porque lo que distinguió a 1969 es que en ese año ocurrió la explosión del Hollywood hippie. Una de las cosas que me llamaron la atención de Pictures at a Revolution, el libro de Mark Harris, es que trata sobre 1967: en el final de la ceremonia del Oscar, con El graduado y Bonnie and Clyde, el Nuevo Hollywood no sabía qué había ganado y el Viejo Hollywood no sabía qué había perdido. Pero para 1968 eso ya estaba claro y en 1969 no había dudas de que el Holywood hippie era el único que existía. Esa situación se mantuvo solo por un tiempo. La película es una pequeña ventana a una subcultura muy interesante, pero la mirada es más antropológica que nostálgica.

Rodaje. El director dialoga con Pitt, que interpreta al doble de riesgo Cliff Booth.
 

–¿Había una vez en Hollywood funciona como una especie de culminación para tus ocho películas previas?
–La verdad es que prefiero no entrar en detalles específicos, porque no quiero darles más importancia a ciertas cosas de las que realmente tienen. Pero creo que Había una vez en Hollywood se convirtió en un resumen de mi carrera hasta la fecha, aunque esa nunca fue mi intención. Nunca tuve un plan meticuloso en el que todo iba a concluir en este film, porque en cierta forma hay una conexión con cada una de las ocho películas que hice antes. Y cuando me di cuenta de que era así, tampoco es que me negué a ir por ese camino. Digamos que apenas lo corregí para que fuera más sutil. Cuando invité a mi asistente de dirección a leer el guion, lo terminó y me dijo que era como si hubiera hecho una fusión entre todas mis películas anteriores y las hubiera volcado en una sola película. Le dije que nunca había querido hacer eso, pero que sabía a qué se refería. Y esa es la mejor manera en que lo puedo describir: no es lo que me propuse, pero sé que eso está ahí.
–¿Por qué será que la Familia Manson fascinó al público durante tanto tiempo?
–Creo que es algo que nos fascina porque lo que hicieron resulta verdaderamente imposible de entender. Investigué mucho para hacer la película. La gente no entiende realmente lo que pasó. Tal vez leyeron uno o dos libros, o vieron los programas de televisión que se hicieron sobre el tema. La gran pregunta es: ¿cómo hizo Charles Manson para lograr que estas chicas y chicos se entregaran completamente a él? Y la verdad es que no hay una respuesta. Cuanto más aprendés sobre el hecho, cuanta más información obtenés, lo único que te queda claro es que sigue siendo incomprensible.
–Ya pasaron 25 años desde el estreno de Tiempos violentos. ¿Cuánto cambió Hollywood en ese período?
–Lo que más extraño es que en ese entonces todo el mundo filmaba en celuloide; las películas también se pasaban de esa manera. Otra de las cosas que cambiaron es que en mis inicios yo era un director independiente. En los 90 había un espacio legítimo para el cine independiente, que en los hechos era un mercado comercial que iba mucho más allá de eso: era algo muy similar a la música alternativa que se había puesto de moda en la misma época. Fue un momento muy estimulante, porque había muchos realizadores que hacían películas que eran adquiridas por las distribuidores y se pasaban en los cines de todo Estados Unidos. Lo mismo me ocurrió con Perros de la calle. Esa película me llevó a San Pablo, a Japón. Estuve de gira promocionándola durante un año. Pero ese mercado ya no existe más. Se siguen haciendo películas pequeñas, pero ¿hay dónde mostrarlas? Supongo que las pasarán en los festivales, algunas conseguirán que las adquiera una plataforma, pero no es lo mismo que en aquel entonces, en donde teníamos un movimiento fílmico vital que no solo interesaba a los cinéfilos, sino a la gente común. En los 90 fue algo tan popular que hubo jóvenes que abandonaron sus bandas de garaje para tomar una cámara, porque sentían que se podían expresar mucho mejor con el cine que con la música. Yo siento que es una verdadera pena que esos espacios que tenía el cine independiente hayan desaparecido. De todos modos, el cine no está tan mal hoy en día. Si yo fuera un músico y me estuvieras hablando de cómo eran las cosas 25 años atrás, estaría mucho más desesperanzado, porque ni siquiera hay una industria. Hoy los músicos hacen álbumes como si fueran anuncios comerciales para sus conciertos. Por eso creo que en el cine al menos podemos decir que seguimos teniendo una industria.
–¿Hay un tema en particular que esté presente en todas tus películas?
–Más bien diría que hay ciertas marcas, como las que tienen las rocas: están presentes en mis películas, pero no son todas iguales. En realidad, mis películas comparten ciertos elementos. Pero no son cosas que pongo conscientemente, es más bien tarea de los periodistas el prestarles atención. En cualquier caso, en cada una de ellas he tocado en cierta medida el tema de la raza, pero también está presente la cuestión del engaño. Todos mis personajes son verdaderamente buenos actores: siempre están escondiendo algo. No es algo que yo intente hacer, pero simplemente aparece. En cada una de mis películas siempre hay una escena en la que un personaje pretende ser alguien que no es y presenta una falsa idea de sí mismo.
–Se podría decir que, desde Perros de la calle a la fecha, todos tus filmes son spaghetti westerns. ¿Por qué?
–Porque siento una afinidad por la combinación entre la realidad intensificada del spaghetti western y la música intensificada que también tiene ese género. Eso es precisamente lo que los vuelve similar a una ópera. Son elementos que funcionan bien en una película, si sabés cómo combinarlos. Yo siempre dije que Tiempos violentos es un spaghetti western con toques de rock and roll. Y eso siempre fue parte de mi estética.

(Foto: Christophe Simon/AFP)
 

–¿Cual es la diferencia entre drama y comedia en tu obra?
–Es una buena pregunta porque, como todos saben, yo trabajé en un videoclub durante mucho tiempo. Y en ese entonces todo pasaba por separar a las películas en diferentes categorías. Cuando llegaba un nuevo film, había que ponerlo en la sección de drama o en la de comedia. Y con algunos títulos como El honor de los Prizzi había que decidir a qué sector correspondía. Lo cierto es que tengo toda una trayectoria haciendo dramas. Y aun así, me enorgullezco de que algunos de los momentos de humor que tienen mis filmes son tan divertidos como cualquier comedia. Por lo tanto creo que parte de mi estilo cinematográfico tiene que ver con combinar los dos elementos. No puedo considerar a mis películas como comedias, porque tienen ciertos elementos que no tienen nada de divertido. Y no me interesa que el público vaya a verlas pensando que se tiene que tomar todo lo que ve a la ligera. No me gusta que no me tomen en serio. Por eso mis películas son dramas. Pero aun así, pongo elementos de comedia a lo largo de toda la película porque, si funciona, ayuda a que la historia resulte más atractiva. De todos modos, tengo que decir que si, siguiendo las reglas del videoclub, tuviese que clasificar mis películas, las pondría en el estante de drama. Aunque si tuviera un sector dedicado especialmente al cine de Tarantino, eso resolvería el problema.

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