El expresidente radical será recordado por la masacre de manifestantes en el abrupto final de su gestión en 2001. En su vasta trayectoria política fue senador nacional, diputado y jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
12 de julio de 2019
(Foto: Matias Recart/AFP/Dachary)La última foto que le sacaron a Fernando de la Rúa en público fue en la gala del G20, en el teatro Colón. Todo un acontecimiento, habida cuenta del ostracismo al que lo había condenado la Unión Cívica Radical, su partido, luego de su salida anticipada del poder. Se preparó durante décadas para llegar a la presidencia, cargo que asumió por la Alianza el 10 de diciembre de 1999, como sucesor del segundo Gobierno de Carlos Menem. Antes había sido el primer jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, tres veces senador nacional, una vez diputado nacional y candidato a vicepresidente en las elecciones presidenciales de 1973.
La historia de De la Rúa comenzó en Córdoba, en 1937, donde nació; estudió en el Liceo Militar General Paz y en la Universidad Nacional de Córdoba, y se graduó como abogado con honores. En los años de la dictadura se mantuvo alejado de la política y trabajó para la empresa Bunge y Born. Con el restablecimiento de la democracia se enfrentó en la interna radical con Raúl Alfonsín, pero perdió. Cuando el menemismo quedó desgastado, calzó perfecta su seria figura. Contra la estridencia de las corbatas amarillas, el roce con la farándula y el festival de denuncias por corrupción, su equipo publicitario de campaña transformó un defecto en virtud, y nació el famoso spot donde De la Rúa recitaba: «Dicen que soy aburrido, aburrido, je, será porque no manejo Ferraris». No fue fácil para Ramiro Agulla y David Ratto convencer al candidato. «No puedo decir esto», se escandalizó en su departamento de Barrio Norte. Al final lo dijo. Se había asociado con Carlos Chacho Álvarez y Graciela Fernández Meijide, y le ganó la presidencia a Eduardo Duhalde. Pero hacía falta mucho más que un cambio de estilo. El desempleo en alza y los recortes en salarios y jubilaciones se agravaron con la burbuja de dólares que creó la Ley de Convertibilidad. Se sucedían ministros mientras el contexto empeoraba por la crisis política derivada del escándalo de las coimas en el Senado, que precipitó la renuncia de su vicepresidente Álvarez.
La instalación del llamado «corralito», que limitaba la extracción de dinero de los bancos y retenía los depósitos, preanunció el colapso. Aquel diciembre de 2001 la población salió masivamente a protestar y a exigir que se fueran todos los políticos. El 19 se habían producido saqueos en diversas localidades y cuando las protestas llegaron a Plaza de Mayo, De la Rúa no tuvo mejor idea que dictar el estado de sitio. Fue echar leña al fuego. A metros de la Casa Rosada la multitud quemó una de las palmeras de la Plaza, para festejar la renuncia de Cavallo, mientras que en Congreso la policía reprimía. La foto de Jorge Demetrio Cárdenas desangrándose frente al Palacio Legislativo recorrió el mundo. A la mañana siguiente volvieron los manifestantes junto a las Madres de Plaza de Mayo, que fueron reprimidas con la Caballería. De la Rúa y sus funcionarios vieron demasiado cerca al pueblo enojado y la orden fue «despejar la plaza a como dé lugar», según confesaron los policías en el juicio oral por la masacre. Al anochecer, De la Rúa dejaba la Rosada a bordo de un helicóptero.
Cuentas pendientes
El fallecido expresidente nunca fue juzgado, la Justicia creyó su versión: no supo de los muertos, fue obra de la policía, no hubo orden política. El Centro de Estudios Legales y Sociales insistió en que el estado de sitio no es carta blanca para que las fuerzas de seguridad y policiales tiren a matar. Pero la Cámara Federal y la Corte Suprema confirmaron su sobreseimiento. Nunca más volvió a ocupar cargos públicos y pasó sus últimos años en un solitario ocaso. No hay fotos suyas en ningún comité, y sus correligionarios aducen que al irse dejó a todos desamparados. «No me alegra la muerte de De la Rúa. Tendría que haber pagado por los 39 muertos que dejó tras su Gobierno». María Arena, esposa del motoquero Gastón Riva, que cayó sobre avenida de Mayo el 20 de diciembre de 2001, sintetiza el sentimiento de miles, opuesto a otros miles que estarán pensando en poner su nombre a una calle o a una escuela. «No olvidamos y no perdonamos», resumió. Ese cruento final de su mandato probablemente impedirá que Fernando de la Rúa sea absuelto por la historia.