Pionero del rock argentino, volvió a grabar con Pedro y Pablo después de tres décadas, además de lanzar un disco solista y un libro de poemas. Canciones de ayer y hoy que orbitan alrededor del hippismo, la política y el amor. La vida de un eterno viajero entre Parque Leloir y Madrid.
22 de mayo de 2019
Difícil mensurar la dimensión cultural de Miguel Cantilo. De tan cercana, su figura se perfila hacia una consideración casi familiar. Hace 50 años que está desarrollando una estética singular –una ética– que entronca el apunte político y social con un pensamiento metafísico, el relato con la canción, la poesía con la crónica de viajes. En lo musical, abruma la cantidad de ritmos y géneros que ha desplegado con seriedad y rigor: desde los iniciáticos pasos en el café concert (esos aires de fox trot, swing y chanson) y el folk de protesta, hasta el rock and roll, la new wave, el tango, el folclore y diversos timbres de América Latina. Al borde los 70, Cantilo es lo que siempre fue: un hippie terco y renacentista. Pero, sustancialmente, más allá y más acá de tanta hiperactividad, es un hombre que se manifiesta «enamorado y feliz».
En los últimos tiempos sacó un disco en estudio de Pedro y Pablo después de tres décadas (Unidos por el cantar), editó un libro de poemas itinerantes (Poesía cardinal) y, por último, lanzó un muy buen disco solista titulado Día de sol. Lo interesante y peculiar en la vastedad de su producción es que todas las aristas se complementan para definir una soberbia obra, en la que se advierte cada uno de los pasos que dio. Sin ser un artista confesional, uno puede entender y escudriñar la vida de Cantilo en esa obra, en esas cientos de canciones y poemas y relatos.
–Sorprende tanto la intensidad como lo multifacético de tu producción.
–Son diferentes manifestaciones de lo mismo. Mis héroes son productivos. Miro a Paul McCartney y me doy cuenta de por qué siempre quise ser un beatle: a los 76, 77, rockea, hace promoción, defiende su obra, está en todos lados. Hago muchas cosas, pero la música es mi centro. Creo que la música es una forma de mantenerse sano, de alcanzar cierta longevidad en buen estado, de preservarse del desgaste de los años. Además de McCartney, ahí tenés a Bob Dylan, a Jagger, pienso también en lo bien que vivió hasta al final B. B. King. No sé cuánto me quedará, pero sé que la música me ayuda a vivir con intensidad. Igual, cada paso que doy tiene una explicación. Lo de Pedro y Pablo, por ejemplo, ocurrió porque me fueron quedando temas que sonaban nítidamente al estilo de Pedro y Pablo, a esos contrapuntos vocales. Hacía 30 años que no sacábamos un disco en estudio. Hemos estado cerca, lejos, unidos y desunidos en todo este tiempo. Pero lo llamé a Jorge Durietz y tardamos cinco minutos en ponernos de acuerdo.
–¿Y el libro de poesía?
–Son poemas itinerantes, que se trasladan de un punto cardinal a otro hasta encontrar un quinto punto, central, desde donde surgen reflexiones, homenajes, evocaciones, intuiciones, lirismo y convicciones. Tiene unas ilustraciones hermosas de Irene Singer y unas palabras preliminares de Miguel Grinberg que me honran. Habla de Occidente, de Oriente, en fin: es un libro extenso. Toda mi vida he viajado. Desde El Bolsón hasta Colombia, Brasil, España. En cada lado tomé aspectos de la cultura, por eso hay temas míos que suenan tan latinos, o que tienen ritmo de cumbia o bossa nova. Siempre tuve un espíritu peregrino. Ahora mismo, vivo la mitad del tiempo cerca de Madrid y la otra mitad en mi casa de Parque Leloir.
–¿Por qué?
–La historia es larga. Pero básicamente se puede sintetizar en una frase: me enamoré. A través de una canción mía conocí a una mujer catalana que vive en Madrid, María. Yo había enviudado. Hace seis años nos conocimos. Bueno, luego de que comenzamos la relación, seis meses del año vivo en un sitio muy bonito, a 40 kilómetros de Madrid. Se llama Torrelodones, en una época era una suerte de colonia de vacaciones, ahora es un anexo para la gente que trabaja en Madrid y que quiere tener algún desenchufe del frenesí urbano.
–¿Cómo es tu vida ahí?
–Muy tranquila, con pocas obligaciones. La geografía es serrana, muy similar a Córdoba o a Tandil. Allá no me conocen, por lo que aprovecho para hacer una vida más relajada, más contemplativa. Aquí en la Argentina tengo mi familia, mis amigos, mi agenda, una actividad muy intensa. Me viene bien en este momento alternar los dos continentes. Estoy muy a gusto en España, lo siento un país afín. Yo viví tres años en la época de la dictadura. Anduve mucho con Miguel Abuelo y Kubero Díaz. Tocábamos folclore en la calle, y nos iba muy bien. ¡Comíamos todos los días! También viví un tiempo con Piero cerca de donde vivo ahora, estuve con Facundo Cabral cuando vagaba por España. Él fue el que me dijo que la serranía que rodea a Madrid le hacía acordar a su Tandil. En España nació Punch, con todo el nuevo sonido que llegaba desde Inglaterra. Amo España. Hace cuatro años le dediqué un disco entero, Canciones de la buhardilla. Hablo de esta etapa y trato de describir la belleza del lugar en el que habito medio año.
Impronta beatle
Día de sol fue grabado en estudios madrileños a instancias de Mariano Díaz, un pianista nacido en Río Gallegos y radicado en España, con el que Cantilo compartió la composición. Pese a ser un juglar y a estar asociado con la concepción dylaniana del oficio de cantautor, muchos de sus mejores temas fueron hechos con música de otros, desde Isa Portugueis hasta Kubero Díaz. «Es refrescante trabajar con un par. Siempre resulta enriquecedor. Mariano Díaz no es conocido en la Argentina, pero es un excelente músico», cuenta.
–¿Por qué «Día de sol»?
–Todo el disco tiene una impronta muy beatle. La idea del «día de sol» está presente en varias canciones de Los Beatles. Soy muy fan de ellos, y Mariano también: buscamos un sonido que remita a aquellos años, no solo a los Beatles, sino también a cosas de Jeff Lynne, de los Traveling Wilburys, o incluso a lo que hace McCartney como solista. Los Beatles nos enseñaron todo. Y también un aspecto no tan valorado: cuidar el sonido, exprimir el trabajo en estudio. En ese sentido, Día de sol es algo vintage. Son quince canciones nuevas, con muchos invitados: Claudio Gabis, Ariel Rot, Coti, Luis Salinas, Rodolfo Gorosito, Gabriel Soulé, Laura Hatton.
–¿De qué van las canciones?
–De alguna manera, son temáticas comunes a España y a la Argentina. Aunque no lo parezca, hay muchos aspectos que se dan en los dos países, como la corrupción o la contaminación. En fin, el disco va por esos asuntos, y por problemas como el calentamiento global. También está el tema amoroso, por supuesto. Una canción, «El mensaje», habla de cómo nos conocimos con María.
–Siempre fue así en tu obra. Por un lado, «Catalina Bahía», por el otro, «La marcha de la bronca». Lo amoroso, lo social, la descripción más tanguística, el mundo interior. ¿No hay tensiones entre esas temáticas?
–Sí, es cierto. Pero no creo que haya tensiones entre lo político y lo trascendente. Es como el yin y el yang, una unidad. La lucha social, la reivindicación de los vulnerables, tienen que ver también con búsquedas espirituales, con lo metafísico. Nunca fui parte de un movimiento político. Abono eso de que la política es demasiado importante como para dejársela a los políticos, y también a lo que decía Lennon: «No hay problemas, hay soluciones».
Desde que asomó con Jorge Durietz de la mano de Horacio Molina, Miguel Cantilo se consolidó como el cantor de protesta argentino por antonomasia. «Siempre tuvimos una impronta rockera, pero al principio pertenecíamos a la movida del café concert, en la que brillaban Nacha Guevara, Jorge Schussheim, Marikena Monti. Habíamos sido muy influidos por los capos de la chanson, como Jacques Brel, Brassens. Mi escuela fueron también Bob Dylan, Serrat, Raimon. Buscábamos la libertad expresiva, podíamos ir del Dúo Salteño al blues sin conflictos. Molina era un grande y se la jugó: vio algo en nosotros y nos presentó al sello discográfico, y así sacamos nuestro primer disco, el de «La marcha de la bronca», con la producción de Francis Smith y los arreglos de Jorge Calandrelli. El segundo, Conesa, ya tenía que ver más con nuestro sonido. Yo en esa época estaba muy copado con Led Zeppelin. Pero es cierto, estaba muy identificado con la protesta, con lo político. Eso me llevó a situaciones insólitas.
–¿Por ejemplo?
–Después del éxito de «La marcha de la bronca» vinieron los muchachos de la JP y me pidieron que compusiera una marcha similar, pero en apoyo al regreso de Perón. Les dije respetuosamente que yo no funcionaba así, que no sabía escribir a pedido. De todas maneras lo intenté, y me salió un tema que no fue exactamente lo que ellos esperaban. Se llamó «La leyenda del retorno», y fue incluido en el disco con el Grupo Sur, muy querido por los fanáticos, hecho mayormente con músicas de Kubero. Fue un momento de libertad, aunque corría peligro. Pero no me daba cuenta. Había un ambiente prebélico encubierto entre el terrorismo de Estado y los opositores. Aún antes de la dictadura, todo era represivo para nosotros. No se trataba solo del pelo, sino también de la ropa. Andar con el pelo largo era bancarte que te iban a gastar, a verduguear y tal vez a agredirte. Era muy común que nos escondiéramos el pelo largo debajo del cuello de la camisa. Por lo demás, empecé a figurar en las listas negras y se me dificultaba trabajar. Me tuve que ir. Ahora hay libertad, podés usar pelo largo, pero la encrucijada es bien compleja. Siento que un mundo se derrumba, que tenemos que buscar con mucha inteligencia maneras alternativas de manejarnos. El mundo en el que nos criamos se cae a pedazos.
–Ahora hay como una sensación de libertad, que no es tal.
–Claro. Todo es más intrincado, más sutil. Los militares son brutos, pero el capitalismo tiene otras formas de dominación. No hay peor dominio que el que no percibís. Y después está la censura económica, otra manera de manipulación.
–¿Cómo te ubicás en ese contexto?
–Digo lo que pienso, señalo, denuncio, escribo canciones y libros y hago mi camino. Toda mi vida hice lo mismo.
Fotos: Juan Quiles/3Estudio