Perfeccionista, incansable y rigurosa, la actriz describe sus sensaciones al debutar, luego de casi tres décadas de carrera, en el formato unipersonal. Su descubrimiento del feminismo, su participación en el colectivo que agrupa a sus colegas y su posición a favor de la legalización del aborto.
9 de mayo de 2019
Sentada a la mesa de un bar-restorán de Palermo Soho, María Onetto inicia la charla por el tema alimentario. Antes que nada, la versátil actriz dice que prefiere «lo rico a lo sano, pero procuro comer sano y rico». Cuenta que siempre cuidó su cuerpo por tratarse de su herramienta de trabajo, por lo que intenta evitar la comida chatarra. «Disfruto de comer, no estoy dispuesta a hacer grandes sacrificios, me parecen inconducentes, alteran el estado de ánimo. ¿Mis platos preferidos? Soy fan del pescado en todas su formas y de las verduras al vapor», dice.
Entre el jugo natural de arándanos y unas galletas orgánicas, trae a la memoria una gran película, Rompecabezas, donde interpretaba a una abnegada ama de casa que, de repente, se descubre realizada fuera del hogar, sin la presión de marido e hijos y alejada de los quehaceres domésticos. «Fue uno de mis primeros roles feministas, allí fui entendiendo qué es el feminismo, al que descubrí más por mis personajes que por la vida real. Después me fui metiendo en tema más seriamente, estudié qué es ser feminista y hoy, inesperadamente, me considero una feminista convencida, quizás no tan militante, pero sí creyente», explica.
–¿Tuviste algún tipo de disparador para esa transformación?
–El debate por la ley del aborto, ahí me metí de lleno y fue cuando entendí la frase «no se nace feminista». Y juro que estudié como pocas veces, mucho más que un libreto, porque al feminismo no se lo practica ni se lo ejerce intuitivamente: se lo estudia y, lentamente, fui comprendiendo qué significaba ser mujer.
–Qué curioso.
–Sí, pero fue así. Tuve que desasnarme, pese a que venía de una familia rodeada de mujeres: mamá, abuela y hermana mayor, pero melancólicas y atravesadas por el dolor de la pérdida de mi padre cuando yo recién había nacido. De alguna manera, fui criada por mujeres en duelo.
–¿Y eso te moldeó de otra forma?
–Bueno, me criaron mujeres heridas, frágiles, que intentaron como pudieron sacarme adelante. Yo les estoy eternamente agradecida, porque tengo conciencia y recuerdo por todo el dolor que atravesaron por la muerte inesperada de mi viejo. Sin embargo, nunca fui dejada de lado.
–¿El tema del aborto repercutió en vos por algo en particular?
–Paradójicamente, por la maternidad, por la posibilidad de ser madre, por mi convencimiento de no querer serlo. Todo eso me movilizó cuando se estaba debatiendo la promulgación de la Ley del Aborto Seguro y Gratuito. Una vez sentí realmente que estaba embarazada y fueron dos meses de incertidumbre, de un sentimiento extraño, entre temor y desconcierto. Lo recuerdo como una bisagra porque no era una relación seria, ni era novio ni tampoco pareja, era algo bien informal, sin proyecto alguno. Me recuerdo muy inquieta, intranquila, entendiendo que no era un momento oportuno para tener un hijo. Y cuando digo bisagra, punto de inflexión, es porque fue allí cuando me di cuenta de que no deseaba ser madre, probablemente por la poca contención que sentí del otro lado.
–¿Te sorprendió llegar a esa conclusión?
–Me impactó el no verme como madre, el no empatizar con ese supuesto deseo de toda mujer o de la mayoría de las mujeres, porque era algo muy fuerte, que me movilizaba.
–Como psicóloga, ¿cuánto te ayudó tu formación para atravesar ese momento?
–Poco y nada. Tuve que recurrir a terceros, porque a veces no confío en mí, sobre todo porque soy demasiado indagadora: necesito conocer la verdad a toda costa y desde alguien que esté fresco y no enfrascada como estaba yo.
–¿Por qué saber «la verdad a toda costa»?
–Porque no estoy interesada en una vida sin sentido, en una vida vacía.
–¿No te pesa?
–Es mi naturaleza, que tiene que ver con la conexión, con no escapar, con dar la cara, con poner la mejilla también, con todo lo que eso significa.
–Y eso que te dedicás a la ficción, una excusa perfecta para escapar.
–¿Sabés que no? El otro día hablábamos con Javier Daulte y llegamos a la conclusión de que la ficción es la única posibilidad de verdad, porque interpretando textos se puede hablar de lo que necesitás, de las urgencias. Y te juro que lo experimento.
–¿Formás parte del colectivo de actrices?
–Sí, claro, quizás no con la intensidad que quisiera, pero sí estoy presente al menos virtualmente, apoyando cada una de las medidas que se toman. Por mi actividad, que en el último tiempo se intensificó, no puedo tener el nivel de militancia que tienen otras colegas, a las que no les llego a los talones. Pero no soy indiferente en absoluto.
–¿Te sorprendió la fuerza que fue adquiriendo el colectivo?
–Me sigue sorprendiendo, pero no porque no creyera o pensara que sería circunstancial, sino porque me conmovió el compromiso, la paridad y la constancia. Por otra parte, es una agrupación que destila verdad, autenticidad, acá no hay careteadas. Se admite todo tipo de feminismos, más combativos, más reflexivos, más impetuosos. Y también tenemos autocrítica, porque nos equivocamos y no tenemos problemas en decirlo.
–¿Qué creés que piensan los hombres de este movimiento?
–Están agazapados, mirando de reojo, algo desconfiados y me parece no creen del todo en lo que decimos y denunciamos. Nada más elocuente que el hashtag «Yo te creo», que de alguna manera refrenda la confianza entre nosotras. Porque sabemos que muchos varones, desde afuera, nos ven como las locas, las desbordadas, las exageradas. El «Yo te creo», el «No es no», es el derecho a hablar que fuimos ganando las mujeres, cuando antes lo natural era callarnos, agachar la cabeza y adaptarnos a las condiciones puestas por el macho.
–¿Los hombres no están acompañando estos tiempos de cambios?
–Lo que noto es que, en general, les molesta, los enoja. En lo particular, yo estoy rodeada de hombres que están haciendo el esfuerzo por cambiar. Están buscando, como pueden, información para transformarse. Y lo advierto y lo valoro, porque no es sencillo después de tantos siglos de ser de una manera.
–Cómo representante femenina, ¿qué cambios buscás?
–Nada más y nada menos que la igualdad. Y la igualdad implica también al capitalismo, a sueldos más equiparados, a que en una empresa haya mujeres gerentas, tantas como hombres, lo mismo en el mundo de la política, en el arte. Que una actriz pueda ganar más que un actor no debería ser una excepción. Nos mejoraría como sociedad, no tengo dudas.
–Es un año de elecciones, ¿está politizada?
–Estoy atenta, me gusta estar informada, no pecar de ingenua, no quiero que me mientan. De verdad, tengo miedo de que la gente, cautivada por el marketing, vuelva a votar a los actuales gobernantes. Lo pienso y tiemblo.
–¿Desconfiás de la sociedad argentina?
–Siento desconfianza, miedo, pero no por nuestra sociedad, sino por el nivel de manipulación a la que pueda sometérsela. El «miente que algo quedará» no es moco de pavo. Todos estamos siendo víctimas de un discurso psicópata, ese que afirma que la realidad que todos vivimos no es tal. Quieren persuadirnos de que estamos bien pero no nos damos cuenta, que estamos confundidos. Quieren vendernos que este es el camino que nos llevará, en veinte años, a estar en el primer mundo. Por favor, estamos desesperados por resultados ahora. ¡No lo quieren ver, me asombra la ceguera de nuestros dirigentes! Vayamos a lo concreto, a las tarifas que nos están hundiendo, que nos están sacando del sistema.
El año del bautismo
Por primera vez en casi tres décadas de carrera, Onetto encara una nueva experiencia actoral, que tiene que ver con los unipersonales. El formato nunca antes le había llamado la atención, quizás por pudor, admite, «para evitar caer en un narcisismo del que siempre intenté huir. Es de lo único que intenté huir», celebra su propia humorada. En mayo estrenó Potestad, de Eduardo Pavlovsky, dirigida por Norman Briski, en el teatro Caras y Caretas. Y en agosto hará lo propio con La persona deprimida, de David Foster Wallace, bajo las órdenes de Daniel Veronese, en el Centro Cultural San Martín. Además de retomar la segunda temporada de Valeria radioactiva, de Javier Daulte, en el Espacio Callejón.
–¿Cómo sentís esta novedosa experiencia?
–Debo reconocer que me tiene revolucionada, muy sensibilizada y especialmente ciclotímica, porque me cuesta entender lo que es actuar sola. Hay días en los que estoy exultante y otros en los que me doy con un caño.
–¿Qué te cuestionás?
–No poder estar a la altura de las circunstancias. Se trata de textos de enormes dramaturgos, como Tato Pavlovsky y Foster Wallace que, a veces, me pesan, me dan vueltas, me pasan por encima. Pensá que Potestad es un texto de Tato y que siempre interpretó él, pero Briski, amigo entrañable de toda la vida, me propuso hacerlo y me dio confianza.
–¿Y cómo es Briski como director?
–Una potencia creativa, es voraz a los 81 años. Se le ocurre una idea tras otra, tiene una intensidad infrecuente, a veces me impresiona su energía. Y quiso homenajear a su entrañable amigo reversionando uno de sus clásicos.
–Veronese debe ser más tranquilo a la hora de impartir indicaciones.
–Daniel tiene otro ritmo, más cansino, más flexible. Tiene muy en claro lo que no quiere. Y lo que desea lo va buscando, lo va trabajando.
–¿De qué se trata La persona deprimida?
–Es un argumento inquietante, recargado, potente y lleno de adjetivación, en el que una persona habla del estado depresivo en el que se encuentra, tan extremo que termina siendo desopilante, pero a partir de la vulnerabilidad y desazón del personaje. La verdad es que se trata de un trabajo desafiante, maravilloso y, también, sufriente.
–¿Sentís que fuiste encasillada en personajes más oscuros y dramáticos?
–Sí, de alguna manera siempre fui convocada para papeles trágicos, no sé, será por la mirada, por mi decir, puede que por mi physique du rol. En tele hice Mujeres asesinas y Montecristo; en teatro hice Sonata otoñal, Los hijos se han dormido, Sobre Mirjana, Los corderos, todos laburos de mujeres dolientes.
–¿Y cómo te llevás con esos roles?
–No es por vanagloriarme, pero también puedo transmitir bien otras cosas. Por suerte pude demostrarlo el año pasado, en la tira Mi hermano es un clon, donde encarnaba a la madre de uno de los personajes de Nicolás Cabré: allí pude demostrar que tengo un registro más amplio que el dramático. Muchos se sorprendían, no podían creer que pudiera hacer comedia, que pudiera hacer reír. Y un poco me molestó saber eso, porque me preparé para tocar distintas cuerdas.
–¿Te considerás una buena actriz?
–Tengo en claro que quiero ser una buena actriz, a partir de una vara propia, sin esperar que me llegue una devolución de afuera, sea un amigo, un colega o una crítica periodística.
–¿Sos autocrítica?
–Me parece que demasiado. Pero el punto más interesante de una persona es su autocrítica. A mucha gente puede gustarle tu trabajo, pero vos aprendés del problema. No me interesan los actores que trabajan de taquito. El canchero me distancia. No me gusta el que sabe de su carisma, prefiero el que sabe a dónde tiene que llegar y lo busca, aun cuando no lo logre. Creo que la actuación es colectiva y cumplir un buen trabajo depende de cómo estés rodeada. Si en mi equipo juega Messi, yo me luciré. Entonces, procuro rodearme lo mejor posible.
–¿En qué creés que colabora la actuación con tu personalidad?
–Yo actúo y hago teatro como una forma de lidiar con una intensidad que llevo adentro.