Cultura

Murales pop

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Egresado de la Facultad de Bellas Artes de La Plata, el pintor encontró su propio camino entre las paredes callejeras y los locales de reconocidas marcas. El impulso artístico genuino y el trabajo por encargo. La conexión de su obra con el rock.

Imágenes paganas. Augusto Turallas posa con una de sus creaciones de fondo. (gentileza Prensa Leandro De Mmartinelli)

Óptica Club es un nuevo emprendimiento oftalmológico de la ciudad de La Plata que se vincula con el arte. Además de gafas, hay libros, vinilos y muebles de diseño. Entre las dos persianas del negocio está Falopapas. Alto, flaco, sus zapatillas están manchadas con pinturas de distintos colores y tiene puesta una máscara que lo protege del gas que emana del aerosol: parece una nueva versión de Blade Runner. Está pintando la cara del cantante de El Mató a un Policía Motorizado y, mientras le da los últimos trazos, un joven rapado pasa y le saca una foto a la obra. Después Falopapas aparece en escena y se sacan una selfie con el retrato del músico de fondo. Parece que tiene pensado un Volumen II de su disruptiva muestra Stalk.
Augusto Turallas empezó a firmar como Falopapas en el inicio de su carrera como artista, mientras cursaba en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Tomó prestado el nombre de un caballo de carrera de la Playstation 1. Después de recibirse de Licenciado en Artes Plásticas con orientación en pintura, empezó a exponer en bares y locales under. Terminó siendo uno de los artistas más visibles del circuito independiente porteño y profesor de la misma universidad pública que lo formó.
Con el tiempo, se convirtió en el muralista urbano más requerido en suelo bonaerense. Además de preparar muestras que tienen impacto a nivel nacional como Sexting (retratos recibidos en su celular donde repasa el desnudo en tiempos de WhatsApp) o Stalk (pinturas de grandes dimensiones de perfiles de Facebook), y de ilustrar paredes, autos, merchandising y locales, trabaja para la compañía Sony Music (fue el encargado de ilustrar las tapas de la reedición de los vinilos de Calamaro) y se encarga de la imagen y la estética de la cervecería Peñón en todo el país.

Cuestiones estéticas
Falopapas dice que siempre le resultó fácil dibujar. «Sabía que hacía cosas que los demás no podían hacer. Cuando era chico, el único contacto que teníamos con la ilustración era a través de los discos. Las tapas de Iron Maiden o las de Queen, las vi cuando tenía 13 años y me explotó el cerebro. Al final terminé siendo superpop», dice.
Define su actual actividad como pintura mural, ambientación de espacios o pintura de grandes formatos. Dice que varía según el contexto. Y, antes de profundizar sobre posibles críticas, apunta que «es una forma de trabajo muy antigua: “trabajo por comitente”. O sea, el mismo formato de laburo que hacía Miguel Ángel en la Capilla Sixtina o cualquier pintor en cualquier iglesia medieval. Antes era un tipo que te bancaba la parada y ahora es uno que te paga porque no existen más los reyes».
No tiene problema de hablar del arte como mercancía, siempre y cuando la obra sea respetada. Después de una década de recibir encargos, reconoce los terrenos y establece diferencias. «Cuando trabajás para un local de Sonic o de Peñón, tu obra está condicionada por el interés del tipo que te contrata, obviamente. Es muy distinto a cuando planteo una obra con mi firma, porque puedo hacer cosas extremas como en Sexting, aunque también venda esos cuadros. Por supuesto que en relación de dependencia uno mantiene su estética, pero las condiciones igual son distintas».
Su lugar también es la calle, un territorio al que vuelve constantemente. «Esas obras son sin dueño y por ende hago lo que quiero. Me banco la joda yo: los materiales y el tiempo», explica. La Plata, como epicentro de inspiración, es la ciudad donde más murales callejeros del artista se pueden ver.
Falopapas se mueve en circuitos independientes y negocia con la industria. Parece seguir un método, pero es más bien un camino construido al andar. Un buen punto de partida para que la tendencia crezca puede ser, afirma, «dejar de pensar en conseguir una lámina impresa en China y decidir comprarle un cuadro a un productor local».

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