La CGT desoye hasta el momento el reclamo de sus bases y contiene la conflictividad pese al deterioro económico y social y la pérdida de puestos laborales. Influencia del año electoral y gremios que salen al cruce de las políticas gubernamentales.
30 de enero de 2019
Conducción dual. Daer y Acuña encabezan una reunión del consejo directivo. (Télam)Hace tiempo, aun en medio de la acumulación de golpes sobre el poder adquisitivo y los derechos laborales, la CGT dio un paso al costado. Incluso, abandonó la pirotecnia verbal y las medidas de fuerza a regañadientes con las que antes había retrucado a la Casa Rosada. La llegada del año electoral, lejos de modificar este cuadro, parece consolidarlo, con los dirigentes abocados a ver cómo se ubican mejor en los armados tentativos del peronismo, enfocados en negociar lo propio más que en pensar las complejidades de lo colectivo. En el caso de los gremios «rebeldes», su intención es que este año la conflictividad callejera refleje, a la vez, el rechazo al gobierno y a la pasividad cegetista.
La hora de las urnas también expondrá la fragilidad de un sindicalismo que, por falta de voluntad o recursos, nunca acertó en la estrategia para lidiar con Cambiemos. En la cúpula de la CGT, donde resisten Héctor Daer y Carlos Acuña, apuntalados por los «gordos» y los «independientes», surge la necesidad de volver a mostrar algunos dientes o, al menos, amagar con hacerlo. Como en oportunidades recientes, el objetivo, más que ejercer presión hacia arriba, es descomprimir el fastidio en las bases. Razones hay de sobra. Por ejemplo, que prácticamente ninguna paritaria le ganó a la inflación del 47,6% que acumuló 2018, o que desde 2016 la industria manufacturera perdió casi 116.000 puestos de trabajo.
«Están dadas las condiciones para un paro general. La sociedad está muy disconforme con la actitud del gobierno», sostuvo el estacionero Acuña, y aclaró que «la CGT decidirá si hay paro de acuerdo a cómo vamos».
De todos modos, primero como triunvirato y más aún luego de la salida de Juan Carlos Schmid, esta conducción siempre buscó mantener el malestar en dosis controlables, principal prenda de cambio en su negociación con la Rosada.
En cuanto a los «rebeldes», con los Moyano a la cabeza y hermanados con las dos CTA, el clima electoral supone un doble desafío: mostrarse como parte de una oposición sin concesiones –vienen recorriendo el país con movilizaciones masivas en contra de los nuevos tarifazos– y agudizar el ingenio para construir estrategias más potentes desde las cuales impulsar medidas de fuerza, salvando el obstáculo de una CGT que no convoca pero sin romper relaciones con la central.
«Vamos a ir preparando un paro para marzo o abril en toda la Argentina», aseguró Pablo Moyano. «No tengo duda de que estamos en la cuenta regresiva», completó Hugo Yasky, de la CTA de los Trabajadores. Hugo Moyano y Schmid también auguraron la inminencia de acciones directas.
Tras la pulseada que la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA) le ganó al gobierno, y ante el peso específico de los camioneros, surgió la idea de que sea el sector transportista el que traccione el plan de lucha. La Federación Internacional de Trabajadores del Transporte (ITF en inglés), de la que Pablo Moyano es vicepresidente, aparece como un paraguas posible, que alcanza a otros actores de fuste, como los tranviarios, y al que se sumarían los gremios cegetistas rebeldes agrupados en el Frente Sindical para el Modelo Nacional, más la dos CTA y la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT) que lidera Schmid.
Pero todos estos planes, los de unos y otros, dependerán de cómo juegue sus fichas un gobierno que busca ser reelegido y que nunca resignó su idea de aplicar una profunda reforma laboral.