14 de enero de 2019
Por siglos la humanidad ha medido el tiempo contando los periplos de algún astro o cuerpo celeste, propio de las economías agrícolas. En determinado momento, en Occidente se puso el contador en cero, por un natalicio ocurrido en Oriente. La confusión gregoriana de si el niño nació el 25 de diciembre «pero lo anotaron el 1º de enero» puede traer consecuencias fatales para la economía argentina. ¿Estamos en un año par o impar?
Resulta que una máxima del análisis económico criollo reza que nuestra economía se contrae en los años pares y se expande en los impares. Una monotonía con pretensión de justicia, como el «pan y queso» que resolvía la asignación en los potreros. Pero sobran contraejemplos de peso, como el fatídico 2001, enmarcado en un continuum de cuatro años recesivos. Esta tesis descansa (está dormida) en un razonamiento económico-político: en Argentina los años electorales, tanto presidenciales como de medio término, son impares. Los gobiernos impulsan la economía con obra pública, atrasando el dólar y con transferencias a provincias y población. Se busca que el votante perciba «la ilusión» (en ambos sentidos) de una mejora. Esta idea, lejos de ser brillante, tampoco es original, es de un texto de Michal Kalecki de 1943, de una conferencia de 1942 (¿año par o impar?).
¿Se cumplirá en 2019? Difícil. Los encargados de la política económica ya firmaron la recesión incondicional. El FMI dice que el PBI caerá 1,6%. El Presupuesto Nacional que la inversión caerá 10%. El gobierno pincha la demanda con déficit cero, pérdidas en salario y jubilaciones, tasas de interés altas y tarifazos. Con cuadernos no hay PPP y sin dólares no hay atraso cambiario. Una cosecha no nos va a salvar, no somos una economía agrícola, somos una economía política.
Pan y queso, reminiscencias del hambre que hoy nos parece abundancia.