Después de afirmarse como la aparición más contundente del rock argentino de los últimos años, Él Mató a un Policía Motorizado se prepara para desembarcar en Tecnópolis. El bajista y cantante de la banda platense habla del desafío que implicó su último disco y describe su propia medida del éxito.
14 de noviembre de 2018
Con La síntesis O’Konor, Él Mató a un Policía Motorizado dio un golpe de timón muy efectivo. El nuevo disco de la banda de La Plata, la aparición más sólida y contundente de la escena alternativa argentina en los últimos quince años, apuesta por un cambio notorio en su mapa sonoro y sale airoso en más de un sentido: a la vez que enriquece su universo musical, captura el interés de una audiencia cada vez más amplia, un dato reflejado en la plaza elegida para el último concierto del año en Buenos Aires: Tecnópolis, el próximo 8 de diciembre.
Hoy Él Mató funciona como una pyme exitosa: tiene un equipo importante de colaboradores que se encarga de organizar los shows locales e internacionales, una encargada de prensa, un responsable de redes sociales, un asistente de escenario, etcétera. Además, Santiago Barrionuevo, Gustavo Monsalvo, Manuel Sánchez Viamonte, Guillermo Ruiz Díaz y Agustín Spasoff pasaron buena parte de 2018 fuera del país (de gira por Perú, Colombia, México, Estados Unidos, El Salvador, Uruguay y distintos países de Europa), donde también la banda viene acumulando seguidores a buen ritmo.
Desmintiendo con argumentos aquello de que crecer siempre es doloroso, el grupo toma su evolución como una buena noticia y también como un desafío de cara al futuro. Se puede echar mano a un término últimamente muy usado en el terreno de la política para definir cómo llegó Él Mató a su actual lugar, sin resignar convicciones ni modos de operar en el marco de una sostenida independencia: gradualismo.
«Desde que arrancamos hasta hoy, el crecimiento siempre fue paso a paso, gradual», confirma Barrionuevo, bajista, compositor y cara visible del proyecto. «No fue un caso como el de Tan Biónica, que pasó de golpe del anonimato a la fama. Ese tipo de saltos a mí me parecen una locura. Por cómo somos nosotros, tímidos, tranquilos, de perfil muy bajo, las cosas nunca se hubiesen dado de esa forma. También por el tipo de música que hacemos y por cómo nos movemos. Pero sí fuimos notando cómo con cada disco se iba generando más expectativa, cómo iba aumentando la cantidad de gente que venía a vernos. Cuando editamos La síntesis O’Konor tuvimos varios shows con entradas agotadas. Hicimos cuatro fechas en Vorterix, por ejemplo: es algo novedoso y lo estamos disfrutando».
–Hay casos de bandas argentinas a las que crecer en convocatoria les trajo aparejados problemas. ¿Cómo fue en su caso?
–Bueno, nosotros tampoco es que llenamos estadios… Creemos tener el control de la situación. Y eso tiene que ver con esto del crecimiento gradual. A medida que vamos creciendo nos vamos planteando nuevos desafíos. La masividad genera ciertas facilidades: que te paguen mejor, que aparezcan nuevas oportunidades, poder plantear un show con una mejor estructura, viajar a lugares diferentes. O esas mejoras en cosas que parecen mínimas pero que ayudan mucho al rendimiento de una banda. Tener un asistente de escenario, por ejemplo, es importante. Hay bandas que lo tienen de arranque, pero nosotros hasta hace poco no podíamos porque no teníamos cómo pagarle. Lo mismo con el iluminador, el sonidista, el sonido de escenario, los instrumentos que compramos. Cuando empezamos tocábamos con instrumentos prestados. Tener más presupuesto nos fue sumando todas esas comodidades. Fuimos a grabar a Sonic Ranch, un estudio de Texas donde grabaron Deerhunter, Beach House y Yeah Yeah Yeahs. Eso fue un sueño cumplido. En nuestro caso, el problema más concreto fue que en algún momento yo me cargué de demasiadas responsabilidades que no tenían que ver con lo estrictamente artístico y me estresé bastante. Por suerte, pude delegar tareas y ahora estamos mucho mejor. Uno sueña con estar tocando la guitarra y nada más, pero cuando elegís el camino de la independencia tenés que encargarte de todo. Es divertido, pero también es agotador.
–Se supone que un sello multinacional puede resolver alguno de esos problemas, pero no siempre es así.
–Hace poco vi un video de Mariano Martínez, de Attaque 77, explicándoles a los fans de la banda por qué no podían sacar un disco triple. El sello no quiso. Si a una banda con la historia de Attaque le pasa eso, imaginate cómo debe ser con otras con menos recorrido.
–¿Por qué decidieron que este disco se diferenciara tan claramente de los anteriores?
–Cuando empezamos a armar las canciones de este disco no teníamos claro hacia qué lugar íbamos, pero sí que queríamos hacer algo diferente, desde la estructura hasta la forma de producir los temas. Editamos un EP, Violencia, que fue como una transición hacia un nuevo sonido, un nexo entre La dinastía Scorpio y La síntesis O’Konor. La decisión fue hacer canciones con estructuras más complejas, con más partes, más espacios, más momentos, más texturas. Salir de esa pared de sonido de guitarras que generaba una cosa más plana en los otros discos. Que no haya tanta carga sonora y sí más lugar para los arpegios. Y si pretendíamos buscar esas texturas, esos climas, era necesaria una mayor delicadeza en la grabación, un registro más hi-fi. Ahora hay más protagonismo de las líneas instrumentales, están los teclados y sintetizadores más al frente, hay percusiones y el bajo, que era siempre más simple, tiene otro tipo de dibujos.
–También está la voz más al frente.
–Sí, claramente. Cuando hay mucha guitarra, la voz queda metida en medio de ese ruido. Ahora quedó más limpia. Estuvimos trabajando mucho las voces del disco. Es raro: a mí no me gusta escucharme, pero en ese proceso de grabación me abstraigo de eso o no llego a ningún lado. Me sentí más expuesto con las letras, igual. Cuando llegamos al corte final, sentí que eran muy crudas, muy literales, muy a flor de piel. Y me dio un poco de vergüenza que haya tanta melancolía junta.
–Ahora que creció el público que los sigue, ¿hasta qué punto no están pendientes de sus demandas?
–No tengo una afectación especial con el público. Veo, eso sí, que se genera una conexión con las letras que escribo, que son muy simples, muy claras, muy directas. La clave, me parece, es que nuestra poética es entendible y sincera. No es abstracto o pretencioso lo que hacemos. Yo escribo cosas que siento, historias propias o de personas cercanas que me generan empatía. Y esquivo a la demagogia. Igual las fórmulas no funcionan por siempre. No tenés éxito eternamente. Existe la tentación de repetirse, claro. No solo por ser funcional al éxito comercial, sino porque uno dice «si esto me sale bien, entonces vayamos por acá». Podríamos haber caído en esa, pero con La síntesis O’Konor, justamente, intentamos romper con esa matriz que funcionaba y se venía repitiendo.
–¿El éxito no condiciona?
–El éxito es hacer una buena canción, antes que nada. Después hay otro plano, que es la repercusión de esa canción. Una canción con la que quizás no estás tan conforme puede funcionar muy bien con el público. O al revés, que es lo más común: uno le dedica mucho tiempo y mucha energía a una obra, la ve como un gran éxito personal y cuando la muestra no genera nada en los demás. Lo más importante es lo que le pasa a uno. Yo compongo canciones que me representan desde lo estético y lo espiritual. Con La síntesis O’Konor pasó que todos nosotros quedamos muy conformes con el disco y que la respuesta de la gente fue muy favorable, pero podía no haber sido así. De hecho, hay algunos fans que dicen que es un disco demasiado pop. Tenemos fanáticos de distintas etapas de la banda, y eso me gusta. Que haya una discusión en torno a la producción de la banda me parece un éxito hermoso. A los fanáticos del primer disco no les gusta casi nada más de lo que hicimos después. Nos van a ver y se quejan porque tocamos solo uno o dos temas de ese primer disco. Eso es hermoso para mí. En lo personal, creo que nuestro mejor disco es el último.
–¿Tenían modelos, referentes a la hora de trabajar en las nuevas canciones? Ahora existe una nueva generación de músicos independientes, como Luca Bocci, Simon Poxyrán, Francisca y los Exploradores, que tiene un diálogo más directo con una tradición clásica del rock argentino de la que ustedes siempre se despegaron conscientemente. Eso parece no haber cambiado.
–Uno de los motores para crear Él Mató y el sello Laptra fue decir «hagamos esa música que no gusta y que no existe en Argentina». El lenguaje que nos enamoraba de chicos: el indie, la escena alternativa americana, los grupos del sello Matador. No solo por su música, sino también por cómo llevaban a cabo sus proyectos. Intentamos hacer eso pero con nuestra propia impronta, generar una ruptura con el rock argentino clásico. Eso se fue alivianando con el paso de los años, porque tu libido apuntada a esa diferenciación ya quedó satisfecha. Entonces estás más liberado para romper con esa idea de fuerza de choque. Y está bueno que pase eso, que esa continuidad tan puntual con Pixies, Weezer o The Strokes se quiebre un poco y estés más abierto a que pase cualquier cosa. Creo que en este disco se insinúa un diálogo con otros estilos, con otras épocas del rock. Yo de chico escuchaba solo punk y odiaba a Fito Páez. Después me liberé de esa atadura y ahora soy fanático de Fito. Con el paso del tiempo me voy alejando de los prejuicios. Y veo proezas melódicas en lugares donde el contexto, la estética me generan rechazo. Creo que tiene que ver con una cabal toma de conciencia de la dificultad que implica hacer buenas melodías sin repetirse. Eso te hace valorar a los que crean buenas melodías, al margen de su estilo.
–¿Y qué referencias dijeron presente?
–En la época en la que grabamos el disco estábamos escuchando Pet Sounds de los Beach Boys, y Future Days, de Can. La síntesis O’Konor tiene la misma cantidad de canciones y dos instrumentales, igual que Pet Sounds, hasta eso copiamos. Y el disco también se llama como uno de los temas instrumentales. Fue una inspiración, claramente, más allá de las diferencias obvias de estilo. Lo que a mí me gusta de Pet Sounds es que los Beach Boys ahí dan un salto en la estructura de los temas, en el modo de producción. Es un quiebre en su carrera, pero al mismo tiempo, si uno escucha Today, el disco anterior, encuentra muchos puntos en común entre los dos. Son canciones como las de Today, pero con un poco más de desarrollo y producción instrumental. Como si se hubieran propuesto desarrollar un modelo inicial. Eso también lo intentamos nosotros. Y Future Days también fue importante. Nosotros siempre fuimos más fans del krautrock de Neu!, más machacante, más repetitivo. Can es más psicodélico, con percusiones y esas melodías espectaculares que hace Damo Suzuki. Cuando tocamos con Damo en Buenos Aires redescubirimos a Can y lo transformamos en una referencia.
–Ya tienen quince años de carrera. El paso del tiempo siempre es un asunto para los músicos de rock, una cultura muy asociada con la juventud. ¿Cómo viven eso?
–A mí, personalmente, no me preocupa para nada. Soy de los que ven juventud en los Stones. Yo no veo viejos disfrazados de jóvenes, la verdad. El rock también pertenece a una época, ya va quedando un poco antiguo, las formas del rock no están tan cercanas a la juventud de hoy en día. Hay otras manifestaciones estéticas y musicales de esta época. Y nosotros esquivamos deliberadamente los estereotipos rockeros: no nos portamos, no vivimos ni nos lookeamos como rockeros. Entonces estamos ajenos a ese conflicto del paso del tiempo, que en todo caso nos pega igual que en la vida cotidiana.