La actriz transgénero protagoniza Una mujer fantástica, la producción chilena que acaba de obtener el Oscar a la mejor película extranjera. El descubrimiento de su identidad sexual y de su vocación artística. Proyectos, sueños y desafíos de una figura latinoamericana en franco ascenso.
14 de marzo de 2018
(ECKENROTH/GINA/AFP/DACHARY)
Competía contra las ganadoras de Cannes y Berlín, pero nada ni nadie pudieron derrotar a la chilena Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio, en la categoría de Mejor Película en Lengua Extranjera durante la última entrega de los Premios Oscar. La película muestra el drama de una mujer transexual, cuya pareja muere de repente y ve sacudido su mundo con la aparición de la primera esposa y los hijos del fallecido. Tenía, además de méritos cinematográficos, la revelación del año: Daniela Vega, actriz y cantante lírica transexual de 28 años, convertida en la portavoz de la comunidad LGTBI dentro de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.
Daniela Vega nació en Santiago de Chile, en el seno de una familia de clase media. Y creció en un colegio de hombres, donde padeció reiterados episodios de bullying, algo que le enseñó que tenía que protegerse a sí misma y la volvió más fuerte. De esa forma, comenzó a experimentar nuevos estilos para abrirse camino como mujer. Probó con diversas estéticas urbanas, como el gótico, hasta llegar a un look andrógino que terminó por decantar en una melena femenina. A raíz de sus cambios, sus padres decidieron preguntarle sobre su orientación sexual. Pero Daniela no se sentía «gay», sino que era una niña que quería convertirse en mujer. Entonces optaron por apoyar la decisión de su hija y le regalaron un set de maquillaje.
Su transición comenzó cuando tenía 14 años pero, aún con el apoyo familiar, el camino no fue fácil. «Hace 14 años iniciaba mi hermoso proceso de tránsito. No había derecho al pataleo, no había feminismo para nosotras. No había referentes que seguir. Hoy miro el presente y recuerdo todos los costos que tuve que pagar para estar aquí. Los pagaría de nuevo, para que nadie más los pague, para que los que vengan encuentren la primavera antes. Siempre se puede encontrar flores debajo de la nieve. Hoy miro al pasado y digo: “Hice lo correcto”. Hoy miro al futuro y pienso “no tengo miedo”», escribió hace unas semanas en las redes sociales.
Autodidacta, empezó su carrera en el teatro, con obras como Migrantes y La mujer mariposa, además de tomar clases de canto. Sus aptitudes para la lírica, estimuladas desde el colegio, la llevaron por el mundo de las artes. En 2014 participó en el videoclip de la canción «María» del cantautor chileno Manuel García, y debutó en el cine con La visita, una película chileno-argentina dirigida por Mauricio López Fernández, en la que también interpretaba a una mujer transgénero.
Nacido en Argentina y criado en Chile, el realizador Sebastián Lelio la convocó en calidad de «asesora» para preparar el guion de Una mujer fantástica. Y más tarde le ofreció el papel de Marina Vidal, la mujer trans que debe enfrentar la repentina muerte de su pareja. Marina no solo debe soportar el duelo, sino también un continuo trato humillante, prejuicios y vejaciones incluidos, por su condición sexual. Sin embargo, el personaje muestra una entereza sin precedentes.
«Dignidad, resistencia y amor», son las tres palabras que la actriz elige para definir a Marina. El resultado de lo que ella misma puntualiza como un proceso de identificación total con su personaje y con algunas de las experiencias que este melodrama romántico plasma con un crudo realismo en la pantalla grande. «Durante el proceso de investigación identifiqué dos caminos, dos maneras de enfrentarlo. Uno era siguiendo íconos femeninos históricos como Audrey Hepburn o Bette Davis. O, por el contrario, que fue lo que me pasó, pensar lo femenino a partir de lo icónicamente femenino, que es lo que me sirvió para entenderme a mí como mujer».
–¿Qué sería lo icónicamente femenino?
–Es lo que me hace sentir mujer y estar a salvo siendo mujer. Es el por qué las mujeres nos sentimos mujeres, por qué nos sentimos a salvo siendo mujeres y por qué habitamos el lugar femenino, más allá de si nos gustan los hombres o las mujeres. Una habita la femineidad porque, más allá de que seas o no una mujer femenina, si te sentís bien habitando ese lugar tiene que haber algún motivo.
–¿Personificar a Marina fue solo un desafío actoral o también personal?
–Fue un desafío en mi carrera, pero también un descubrimiento emocional, de preguntar dónde están mis límites, hasta dónde puedo llegar para actuar algo, hasta dónde llega mi voz, mi gesto, dónde están los límites de mi expansión. Me empapé de historias que me habían contado mi madre, mis amigas, mis tías, mis profesoras, las mujeres que he ido conociendo a lo largo de mi vida. Poco a poco, fui entendiendo lo que significa habitar lo femenino durante una circunstancia traumática. Estoy segura de que Marina vive un proceso similar al de muchas mujeres: la muerte de un ser querido, pero encima sumada a un rechazo, que puede venir de cualquier lugar y tener sus raíces en cualquier situación.
El arte salva
Además de actriz, Vega es cantante lírica. Su relación con el arte se remonta a su infancia. «Las primeras herramientas que llegaron a mi vida fueron la música y la poesía. Empecé a leer poesía de muy chica: a los doce años leía a Gabriela Mistral. No entendía bien lo que leía, pero me encantaba el ritmo que tenía. Para mí la poesía es musical también, tiene un ritmo, hay un pulso ahí que va contando. Siempre dije que el arte salvó mi vida. A cantar empecé de muy chiquitita, como a los ocho años. Quise enfocar mi carrera para ese lado, pero en Chile la ópera está financiada por la élite y la élite es derechista. La derecha es cerrada y se me iban a cerrar puertas. No iba a poder audicionar en el teatro para un rol femenino, porque no era mujer en ese momento. Pero como para mí todo es un desafío, si me dicen que “no” me dicen que “sí”. Entonces, si no entraba por la puerta iba a entrar por la ventana, pero iba a entrar igual. No me iba a quedar afuera».
Daniela trabajaba como peluquera y maquilladora en un salón de belleza del centro de Santiago, una actividad que combinaba con distintos trabajos, como camarera y organizadora de fiestas, cuando le ofrecieron protagonizar Una mujer fantástica. ¿Cómo se dio todo? «Sebastián Lelio, el director, estaba incursionando sobre qué era ser trans y una amiga en común nos presentó. Él estaba investigando y quería una persona para que le hiciera una especie de consultoría cultural de lo trans. Con el pasar del tiempo, él se dio cuenta de que quería que yo fuera la protagonista, pero me lo hizo saber dos años después, cuando me llevó el guion a mi casa y me dijo que tenía que ser Marina».
–¿Una mujer fantástica cambió tu vida?
–Desde el formato, sí, pero a nivel esencial, no. Lo que me cambió la vida fue mi transición de género. Es el personaje más grande que hice en toda mi carrera, un desafío inmenso y además una experiencia muy bonita. Uno de los personajes que más satisfacciones me dio. A mí me produjo demasiado placer interpretar a Marina, me dio una sensación de felicidad prolongada en el tiempo. Este personaje no solo me permite viajar, conocer gente, sino también reflexionar sobre lo que nos pasa.
–¿La historia logró hacer visible la problemática de la comunidad trans?
–Visibilizar creo que sí lo hizo, pero como artista lo que busco es cuestionar y hacer preguntas a la sociedad. No tengo respuestas. Lo que pretendo es cuestionar esos espacios de moralidad, justicia, amor y empatía que están encastrados en toda la sociedad. En mi caso concreto, al ser yo misma una persona trans en mi vida real, tuve la posibilidad de cuestionármelo también fuera de la pantalla. Desde el género hasta mi propia existencia.
–¿Es una película reivindicativa?
–La película plantea la emocionalidad, la empatía y los afectos familiares. Por otro lado, se cuestiona la forma en la que los mecanismos del Estado operan con una persona que tiene la característica de ser trans. Eso es todo. No es una película que pretenda denunciar, ni hacer apología de nada. No creo que seamos abanderados de nada.
–¿Pudiste cambiar el nombre en tu DNI?
–Ni siquiera eso. Chile no reconoce, todavía, la identidad de género, por lo tanto hay que pasar por muchas dificultades para poder conseguir ese tipo de cambio en la documentación. Yo salgo de Chile a representar a mi país con un nombre masculino en mi pasaporte y eso me trae problemas todos los días, cada vez que viajo. Cuando entro a otro país me preguntan por qué me llamo así.
–¿Más allá de las dificultades que tuviste, la vida te dio revancha?
–Yo no hablaría de revancha, ni de repechaje, ni de reivindicación siquiera. Hablaría de resignificación. Yo encontré un resignificado de lo que podía hacer con la vida. Es fácil agarrar un cuchillo y metérselo en el cuello. La tasa de suicidio en la población trans es del 50%. Yo soy artista y luché por eso.
–¿Te sentís parte de una minoría?
–No me gusta identificarme con las minorías, considero que soy parte de un mar gigantesco que somos todas las mujeres del mundo. Dentro de la diversidad de género, hay mujeres trans, pero somos todas mujeres, por eso no me siento parte de una minoría. Para mí significa una amplitud mayor. Hay una palabra hermosa que se llama sororidad, que es la relación de cariño y entendimiento entre mujeres. Es por eso que me siento mujer, que habito un lugar femenino y allí me siento cómoda.
El futuro que viene
Acaparó flashes, cámaras y la atención mediática luego de conseguir el Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera con Una mujer fantástica. Y desde entonces no para de recibir propuestas. Lo cierto es que por ahora la actriz prepara un libro biográfico para el segundo semestre del año y aguarda el estreno de su tercera película, Un domingo de julio en Santiago, dirigida por Gobal Ibarra, donde interpreta a una exitosa abogada que se deja guiar por los dictados de su conciencia.
–Después de todo lo que pasó con la película, ¿la mirada de la sociedad chilena sobre tu persona cambió?
–Imagínate a la sociedad chilena como un coro de voces donde yo era una voz más del medio y, de repente, pasé a estar adelante. Eso es lo que pasa.
–¿Te preocupa la volatilidad del éxito y la fama?
–Si la vida me bota del tren, me reinventaré. En ese sentido soy como Marina, porque no te queda otra que reinventarte. Por ahora tengo la voz amplificada.
–¿Te ofrecen personajes que no sean trans?
–En Un domingo de julio en Santiago, mi personaje no es trans y es mi primer papel no trans en el cine. Era una pregunta recurrente si solo iba a personificar a mujeres trans. «Voy hacer personajes que me interesen», decía. Ahora me están ofreciendo muchos papeles y haré aquellos que para mí sean un desafío personal y actoral.
–¿Cómo se sale de Una mujer fantástica después de todo lo que pasó?
–Superarla sería imposible, porque cada cosa no es comparativa. Es como comparar a Dalí con Picasso: el arte no es estadístico. No es matemática, no se puede ni sumar ni restar. Las obras son únicas, atómicas e indisolubles.
–¿Soñás con algún personaje?
–Me encantaría interpretar a una mujer embarazada, meterme en un cuerpo femenino que tuviera características maternales. Es un personaje que deseo hacer sin lugar a dudas. Y trabajar de nuevo con Sebastián Lelio sería un gran sueño para mí. También soy muy fan de Almodóvar. Me gustaría que algún día me llame para trabajar con él.