9 de febrero de 2025
La madre
Autor: Florian Zeller
Directora: Andrea Garrote
Elenco: C. Roth, G. Garzón, M. Slipak y V. Baldomir
Sala: Teatro Picadero

Excepcional. Roth vuelve a descollar en el teatro, acompañada por Slipak y otros.
Foto: Prensa
Son diversos los méritos de La madre como para no perdérsela. Se trata sin duda de un exponente de lo que nos gusta llamar «teatro comercial de arte»: cruce de producción empresarial con alto nivel de calidad escénica, en una línea del mejor teatro argentino con mucha historia y una tradición profundamente cimentada, que ha brindado magníficos espectáculos con grandes actores y textos.
Lo primero para destacar de la pieza es la posibilidad de volver a ver a Cecilia Roth en el teatro. Actriz excepcional (por su presencia escénica, su dominio técnico, su capacidad creativa para resolver con encanto y verosimilitud una composición), Roth prefiere el cine a pisar un escenario, por eso hay que aprovechar la oportunidad. En este caso, la protagonista de películas, como Crímenes de familia, se hace cargo de Ana: un personaje de gran complejidad y, especialmente, de una estructura dramática tan difícil como original que la tiene como centro.
La madre cuenta la historia de una mujer que, inmersa en cierta encrucijada, pierde y revisa el sentido que antes atribuía a sus cosas, y trata de resistir o entregarse a ese «inmenso fraude que es la vida». Lo que empieza siendo el problema de una madre que reconoce que su lugar en la familia no es el mismo se transforma en una indagación existencial con la que es imposible no identificarse de alguna manera. Son múltiples los territorios de emoción y de autoobservación que atraviesa Ana, en un vertiginoso condensado de situaciones e intensidades que bien podría haber sido explayado en una novela.
Ningún tema es indiferente a Ana en su devenir interno: la angustia del vacío, la sexualidad, el matrimonio, el misterio de la salud y la aproximación de la vejez, el incesto, la revisión del pasado, la identidad, el suicidio, el «diferenciar entre los sueños y la realidad». ¿Cómo no ser Ana en el juego de la expectación y conectar catárticamente su deriva con la propia vida?
Los nuevos espectadores de teatro buscan narrativas diferentes, otras formas de representación, y este es otro de los componentes celebrables de La madre. Florian Zeller borra magistralmente las fronteras de la representación del mundo objetivo (lo que en efecto está pasando en el espacio compartido de Ana y los suyos) y el mundo subjetivo (la matriz expresionista que muestra escénicamente los contenidos de su subjetividad, su mundo interno). Zeller juega también con lo dicho y lo no-dicho en ese dominio borroso. ¿Se trata de un enunciado real o de lo pensado/imaginado por el personaje?
El protagonismo de la obra pasa sin duda por su personaje central, pero también por una magnífica estructuración de los acontecimientos, que encuentra una forma escénica para el verdadero «realismo» en el que vivimos (si aceptamos que nuestra relación con el mundo es también, y principalmente, subjetiva). Se disfruta la maestría dramatúrgica del autor y cómo la comprenden con excelencia escénica Roth, Gustavo Garzón, Martín Slipak y Victoria Baldomir.
En este sentido, la directora Andrea Garrote interpreta en profundidad la obra de Zeller e introduce códigos escénicos al servicio de esta complejidad: la música y la sonorización, así como las cortinas (con las que saca provecho al espacio de la sala Picadero). Consciente de que La madre tiene un componente agobiante de tragedia, Garrote lo modaliza a través del humor. La risa —o, más exactamente, la sonrisa— opera en el espectador como un elemento de goce teatral que aviva el sentimiento de conflictividad emocional e intelectual. Imperdible.