Becario del CONICET e investigador del Centro Cultural de la Cooperación, el politólogo indaga en las claves del proyecto económico y social de la alianza Cambiemos, destaca sus líneas de continuidad con anteriores políticas neoliberales y la novedad de su competitividad electoral.
8 de febrero de 2018
Si para la medicina una radiografía es la técnica que permite ver aquello que está por debajo de la piel, aplicada a la política debería ser capaz de mostrar los engranajes y mecanismos que sostienen su funcionamiento. Lo que opera sin ser visto y, en algunas ocasiones, sin querer revelarse. Pocas veces en la historia argentina reciente, la «piel» de la política se volvió tan estratégica para un gobierno y tan difícil de atravesar. Superar esa barrera es la tarea que el politólogo Andrés Tzeiman se propuso en el libro Radiografía política del macrismo, a partir de lo que considera la disyuntiva en que se mueve esta versión de la derecha local: hacer convivir su viejo proyecto de «nación excluyente» con el novedoso «desafío democrático». Tzeiman –becario doctoral del CONICET e investigador del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini– busca exponer el complejo y eficaz sistema de interpretaciones e interpelaciones que Cambiemos fue desarrollando para sortear esa tensión entre lo excluyente y lo democrático. En diálogo con Acción, también analizó las implicancias del «peligroso viraje represivo» de diciembre último y evaluó las necesidades del oficialismo rumbo a 2019.
–En el libro afirmás que el macrismo posee una inscripción histórica bien concreta, que se remonta al proyecto económico de la dictadura, y que, a la vez, muestra aspectos novedosos, como su apuesta por las urnas. ¿Cuál de estas dos facetas tiene más peso?
–Es algo que vamos a tener que ver en cómo se desarrolla el proceso político, su duración, su sostenibilidad, pero por ahora todo indica que el linaje histórico tiene mucho más peso que la novedad. Hay una tentación que circula en ámbitos intelectuales y periodísticos que es la de ver la novedad, porque también hay algo del ejercicio de los medios de comunicación, del «duranbarbismo», que es observado con mucho gesto de sorpresa. Sin embargo, el proyecto de este gobierno, la apelación a significantes, a símbolos, a íconos que son propios de todo un linaje histórico y de un proyecto de las clases dominantes locales, con un paradigma societal y de inserción en el mundo, remiten mucho más a la inscripción histórica que a las novedades, que ciertamente existen, que no hay que negarlas, pero que no nos tienen que hacer perder de vista aquello otro que, en definitiva, es la historia de la lucha de clases en la Argentina.
–Citás un libro de José Alfredo Martínez de Hoz, Bases para una Argentina moderna 1976-80, donde el ministro de Economía de la dictadura plantea líneas de acción que tienen traducción, a veces textual, en muchas políticas de Cambiemos. ¿Esto supone lecturas compartidas?
–No podría afirmar rotundamente que alguna u otra figura del gobierno hizo una lectura del texto de Martínez de Hoz. Sí creo que no hay que confundirse: esta derecha no es improvisada, tiene sus think tanks y se instruye en centros disciplinados de construcción de cuadros intelectuales y políticos, y eso repercute en una escuela de pensamiento que está cristalizada en ese libro de Martínez de Hoz. En ese sentido, el gobierno saca a la luz, a la hora de afrontar determinados conflictos, recetas que remiten mucho a estas otras experiencias históricas y al diagnóstico que en ese momento hacía Martínez de Hoz en su Bases.
–¿Significa que la derecha tiene un proyecto inconcluso que Cambiemos retoma?
–En el prólogo de mi libro, Martín Cortés dice dos cosas muy interesantes. Una es que la derecha viene a cumplir el viejo sueño de desperonización de la Argentina, con todo lo que el peronismo significó en materia de institucionalidad estatal y social destinada a la contención de los sectores populares, y con todo lo que eso implica en materia de ideología, política, economía, estatalidad. Otro aspecto muy valioso de lo que dice Cortés es la alusión a la Argentina del Centenario. Hay un sueño relacionado con la época dorada de la Nación, del modelo agroexportador, de la Argentina como granero del mundo, que Macri retoma aggiornadamente hablando de «supermercado del mundo», que remite a cierta idea de lo incompleto del proyecto que fue generado, construido y proclamado por la generación del 80, que tiene una interrupción con los procesos nacionales y populares, primero con el yrigoyenismo y después, de forma mucho más contundente, con el peronismo.
–Los medios de comunicación suelen ser puestos en un lugar destacado a la hora de entender a Cambiemos. ¿Es otra novedad de este proyecto?
–La novedad más estridente, si se quiere, es el proceso que ya se viene mencionando y que también ha sucedido en Brasil, que es la judicialización de la política, donde intervienen los medios en el sentido de la espectacularización de los procesos judiciales, que es lo que permite difundir en el conjunto social, por decirlo de algún modo, quiénes son los buenos y los malos. Eso sí es un elemento novedoso. Creo que los medios han tenido y tienen una sintonía muy fina con este gobierno, por lo menos los multimedios, también en el sentido de revancha social y en la necesidad de cerrar filas ante un proceso político inmediatamente anterior que había tenido una vocación de generar mayor pluralidad en el ejercicio comunicacional y de la palabra, que se cristalizó en la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Considero que lo más potente del kirchnerismo fue poner sobre la mesa algo que de alguna forma estaba velado en la política nacional, por lo menos en la democracia de los 80 y los 90, que es quiénes son los poderes fácticos que condicionan y establecen las normas generales del desarrollo democrático. Porque con el poder concentrado de los medios, de las corporaciones judiciales, hay elementos de la democracia que no funcionan plenamente y el estado de derecho empieza a entrar en riesgo. El kirchnerismo colocó eso sobre la mesa y el macrismo tiene que hacer todo un trabajo político e ideológico para volver a poner a esos poderes a cubierto.
–¿Cambiemos va profundizar su proyecto de cara a 2019?
–En los primeros dos años el oficialismo tuvo cierto perfil, muy entre comillas, «gradualista», que implicó no ir a fondo con todos los objetivos que tenía en carpeta. Ahora, con la convalidación electoral, sí lo va a intentar. Pero creo que esta decisión igual estaba tomada después de lo que fueron las movilizaciones de marzo de 2017, donde el gobierno vio que con cierto gradualismo permanecían algunas trabas para la implementación de su proyecto. Ya ahí tomó una decisión de profundizar el modelo y tener una confrontación mucho más directa con los sectores populares. Ahora se viene un proceso de, como lo llamó el presidente, «reformismo permanente», que va a tener que estar compaginado por una política muy meticulosa en el desarrollo de las alianzas con actores como los gobernadores y los sindicatos.
–Será entonces una vuelta de tuerca a la dualidad que planteás en tu análisis entre «la nación excluyente y el desafío democrático».
–Este gobierno tiene un proyecto de Nación, económico y social, de carácter excluyente, que deja afuera a una porción muy importante de los argentinos, en cuanto a sus condiciones de vida, económicas y sociales, y a la vez tiene el desafío de implementar electoralmente ese proyecto, que hasta ahora siempre había sido realizado o con democracia censitaria en los tiempos de la generación del 80, o a través de dictaduras militares o fraude patriótico. Ahí está la tensión que tiene que atravesar, que es lo que hizo hasta ahora: tarifazos, despidos en el sector público, suspensiones, redistribución regresiva del ingreso, medidas a favor de los sectores más concentrados de la economía y una convalidación electoral democrática.
–Así formulado, más que un desafío parece una paradoja. ¿Es por eso que los medios son un factor clave a la hora de construir las condiciones necesarias?
–Son una parte de la explicación, no toda. También hay elementos vinculados con el poder económico, judicial, con la propia clase política que constituyó un consenso conservador que le ha brindado la gobernabilidad al proyecto macrista; también los sindicatos de la CGT, o por lo menos una parte, han hecho su aporte en ese sentido, colaborando con la reproducción sistémica en pos de conservar sus propios privilegios. En el marco de este proceso, el gobierno se caracteriza por ser muy eficaz ideológicamente, por implementar una batería de interpelaciones ideológicas que, de alguna manera, sacan a la luz el carácter antidemocrático de buena parte de la sociedad civil en la Argentina. Eso no es menor. Porque si bien en el caso de la dictadura existió una represión feroz, un ejercicio del terrorismo de Estado que fue lo que permitió llevar a cabo ese plan económico, también existían fuertes sectores de la sociedad civil que coincidían con la necesidad del retorno del orden. Hoy lo que vemos es que también hay un sector, que constituye la minoría más intensa del macrismo, que reclamaba un sentido de orden, un sentido de hartazgo con el retorno de la faceta distribucionista del Estado, de la inclusión social, del garantismo que evocaba el gobierno anterior en materia de incluir a aquellos que se encontraban en los márgenes de la sociedad. Eso también es capitalizado por el macrismo con mucha eficacia ideológica a través de las interpelaciones que produce.
–La reforma previsional, sancionada en medio de la represión, y las marchas de protesta en diciembre, ¿fueron una ruptura en esa eficacia del oficialismo?
–Ocurre que el gobierno no logró articular ningún consenso y eso configuró un escenario de choque frontal. Pero no creo que se hayan equivocado. Tienen un plan estratégico, son muy pragmáticos y actúan en pleno ejercicio del realismo político. El gobierno decidió que después del triunfo electoral quería gastar parte de su capital político en una reforma en particular, porque responde a las condiciones que necesita en virtud de las indicaciones del FMI. De todos modos, si bien consiguió un triunfo parlamentario, fue también una derrota política, porque a diferencia del tarifazo, que fue también una medida de un carácter redistributivo regresivo muy fuerte, en esta ocasión no logró triunfar en la batalla comunicacional o cultural. La sociedad observó que se les estaba metiendo la mano en el bolsillo a los jubilados, por eso las manifestaciones y los cacerolazos fueron masivos.
–¿Qué significó la irrupción, tan cruda, del factor represivo?
–Hubo un viraje del gobierno. Me animaría a decir que fue la primera vez, en el contexto de una movilización de masas, que hizo un uso descarnado del ejercicio de la represión. Hubo antecedentes, como efectivamente fue el caso de Santiago Maldonado, lo ocurrido con los trabajadores de Cresta Roja o los estatales de La Plata, y también en marchas donde, una vez terminadas, se producían algunas razias. Pero diciembre fue la primera vez en el gobierno de Macri que se vio, de forma completamente abierta, un avance represivo para disuadir una manifestación. Esto marca un viraje muy peligroso, que tiene que ver con lo que antes decía sobre la dificultad de encontrar mediaciones sociales que contengan el conflicto. En la medida en que Cambiemos avanzó en una decisión económica que no articulaba ningún consenso ni ninguna mediación que le diese respaldo, se vio expuesto a la confrontación abierta con las fuerzas populares y decidió hacer uso de la represión y del miedo para implementar este proyecto más desembozado de reformas.
Fotos: Jorge Aloy