Sociedad | Emergencia climática

Un planeta afiebrado

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Luciana Rosende

La OMS advirtió que el calentamiento global representa una crisis de salud. Los desafíos ante una problemática que todavía no se combate de frente, aunque forma parte del presente.

Fuego en Córdoba. Según Amnistía Internacional, los fenómenos meteorológicos extremos «representan una grave amenaza para el derecho de las personas a la salud física y mental».

Foto: Getty Images

Pocas semanas antes del final de 2024, la Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo un llamado de alerta ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Advirtió que la emergencia climática que atraviesa el planeta «es fundamentalmente una crisis de salud». La asociación entre el calentamiento global y su efecto en los cuerpos no es nueva, pero su énfasis apunta en un sentido: «No se está haciendo lo suficiente» y «urge tomar medidas» porque el impacto no es una cuestión a futuro. Sucede aquí y ahora.

«Aunque la crisis climática es multifacética, desde la perspectiva de la OMS es fundamentalmente una crisis de salud. Es uno de los mayores desafíos de salud que enfrenta la humanidad hoy en día», definió el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, durante la audiencia en La Haya.

La evidencia científica que cruza crisis climática y salud se viene acumulando en los últimos años, a nivel global y también en Argentina. Desde aumento de enfermedades cardiovasculares y dengue hasta incidencia en problemáticas de salud mental. La crisis del planeta repercute en los cuerpos de múltiples maneras y las huellas se perciben en los sistemas sanitarios, que requieren adaptaciones para hacer frente a un futuro que ya llegó. Misión imposible sin andamiaje estatal.

«En el curso que la Organización Panamericana de la Salud (OPS) tiene sobre este tema, una de las cosas que se plantea es que hablamos del Acuerdo de París y del compromiso de que la temperatura no aumente más de dos grados; pero la Tierra se comporta como un organismo vivo, y si lo llevamos a un ser humano, dos grados implica pasar de una temperatura de 36,5, cuando un cuerpo está bien, a 38,5, cuando no lo está», contrasta Horacio Romano, director del área de Salud Ambiental de la Sociedad Argentina de Medicina (SAM). «Es muy difícil que el ser humano tome en cuenta algunas cuestiones hasta que la situación sea verdaderamente grave, hasta que el agua llegue al cuello; pero en los últimos años está llegando. En todas las reuniones, congresos y cursos médicos cada vez se habla más de esto».

Según un informe difundido por Amnistía Internacional en octubre, los fenómenos meteorológicos extremos como olas de calor, inundaciones, sequías, incendios forestales y ciclones tropicales, cada vez más probables y frecuentes, «representan una grave amenaza para el derecho de las personas a la salud física y mental. No solo hay personas muertas y heridas como resultado de estos fenómenos, sino que los centros de salud pública pueden sufrir daños y destrucción, y pueden propagarse enfermedades entre personas desplazadas». El documento cita una estimación del Foro Económico Mundial: antes de 2050 el cambio climático causará la muerte de 14,5 millones de personas.

Romano advierte sobre el impacto que ya está teniendo el fenómeno en los cuerpos. «Las olas de calor aumentan el daño que hace la contaminación aérea. Aumentan las enfermedades respiratorias, los problemas oculares, de piel, los cardiovasculares. Y aumenta la carga de enfermedad: no es lo mismo tener solo hipertensión que hipertensión y diabetes», apunta. Agrega que el efecto se da también –aunque menos perceptible– sobre la salud mental: «Las olas de calor están muy relacionadas con trastornos de depresión, de angustia. Se ve el aumento de manera importante de cuadros con las olas de calor, tras más de 3-4 días con temperaturas altas».

El área de Salud Ambiental de la SAM participó recientemente de una investigación que evidenció que el humo de los incendios en las islas del Delta del Paraná –que a su vez dañan los humedales, reservorios que se deberían proteger para mitigar el cambio climático– elevó el número de pacientes infartados en Rosario y la región. El estudio «Evaluación multicéntrica del impacto sobre la salud cardiovascular de las quemas de humedales del delta Paraná 2022» se publicó en la revista International Journal of Environmental Health Research, a partir de un abordaje multidisciplinario.

«Este trabajo tiene cuestiones novedosas –destaca Romano–. Ya había mucha evidencia en el mundo sobre el aumento de enfermedad cardiovascular por contaminación en ciudades, así como accidentes cerebrovasculares, diabetes, procesos inflamatorios; a veces, a la altura del impacto del cigarrillo. Con el tema de las quemas de bosques hay algunos trabajos en Australia y Estados Unidos, pero para Argentina y Latinoamérica es el primero. Y aporta que los días que mayor cantidad de quemas hubo, con más material particulado en el aire, aumentó casi el doble la posibilidad de infartos. Es mucho».


Qué culpa tiene el mosquito
Antonella Risso es consultora ambiental, fue coordinadora técnica de la organización Salud Sin Daño y trabajó en la elaboración de guías de la OMS para la preparación de los hospitales para la sostenibilidad. En diálogo con Acción, advierte que el impacto del cambio climático incluye potenciar o agravar problemas preexistentes. «Algunos de esos impactos, que llevan mucho tiempo presentes, como el dengue o la contaminación del aire por incendios, toman nuevas escalas con el cambio climático acelerándose. Cuando yo estudiaba, la reemergencia de enfermedades por vectores como la malaria era una posibilidad. Hoy es una realidad para un país como Colombia».

En este contexto, la especialista insiste en que América Latina debe prestar especial atención al dengue: «No pasa en otras regiones del mundo, por lo que desarrollar estrategias para reducir su impacto es una responsabilidad regional», insta. «Si miramos los datos de la OPS y la OMS vemos que en nuestra región los casos de dengue entre 2023 y 2024 se triplicaron. Esto pone en jaque y desafía a cualquier sistema por más experiencia que tenga. La cantidad de casos requiere estrategias más robustas y coordinación permanente a nivel nacional y regional, algo de lo que lamentablemente Argentina hoy reniega. No investigar ni abordar el dengue y el cambio climático con perspectiva de salud pone en peligro a la población».

Colapso sanitario. El cambio climático obliga a que los sistemas sanitarios improvisen soluciones, como esta campaña de vacunación contra el dengue en CABA.

Foto: Getty Images

Tras haber analizado la situación de los hospitales y los sistemas de salud ante este panorama, Risso asegura que «no están preparados, en ningún país del mundo», para los desafíos que implica la proliferación de eventos climáticos extremos y su efecto sobre los cuerpos. «Lo vemos con claridad en Europa, donde países muy desarrollados no logran proteger a la población vulnerable y padecen muertes todos los años por calor. Países que no están acostumbrados al calor no tienen estrategias. No existe el aire acondicionado, tengan o no dinero, porque no conocían este tipo de calor. Las tareas no se adaptan, no hay sombra suficiente ni bebederos públicos que permitan limitar el impacto de este calor. La salud pública es mucho más que los hospitales, y para lidiar con las consecuencias del cambio climático necesitamos a los sistemas de salud trabajando codo a codo con quienes piensan y diseñan las ciudades, el trabajo, el transporte, con la academia, el periodismo, con todos», insiste.

El escenario que describe obliga a pensar en el rol de los Estados nacionales, aunque algunos se desentiendan. «Hay un rol del Estado de articulador, de ser un poco el árbitro. El tema del tabaco es un buen ejemplo: las regulaciones fueron avanzando, nos volvimos conscientes de los peligros y hoy es impensado ir fumando dentro de un auto. O los termómetros de mercurio que dejaron de existir. El mercado solo no alcanza (…) Cuando descubrimos que una sustancia es tóxica la regulamos. El diésel y el carbón lo son, el gas también. Son tóxicos y a la vez gases de efecto invernadero. Necesitan regulación y una trayectoria de salida. Lo hicimos con las sustancias que destruyen el ozono y lo tenemos que hacer acá también por el bien de todos».

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