Protagonista de clásicos como «Doña Flor y sus dos maridos» y «El beso de la mujer araña», la actriz brasileña volvió a los primeros planos con una película que, además, le permitió protestar en Cannes por la destitución de Dilma Rousseff. Historia de una celebridad del cine mundial.
25 de octubre de 2017
Nacida hace 67 años en Maringa, un municipio del norte del estado brasileño de Paraná, Sonia María Campos Braga nunca imaginó que después de 50 años de carrera, con papeles memorables y dos nominaciones a los Globos de Oro, iba a tener la oportunidad de componer un personaje como Doña Clara, la protagonista de Aquarius, la segunda película del brasileño Kleber Mendonça Filho, que la volvió a poner en el centro de la escena cinematográfica brasileña y mundial. Y es que su Doña Clara, esa mujer que un punto funciona como su alter ego, le dio los premios, los elogios y los aplausos que otros personajes le negaron. Además, le brindó la oportunidad de reclamar en pleno Festival de Cannes por la destitución de Dilma Rousseff.
De energía contagiosa y un carisma único, Sonia Braga visitó Buenos Aires para oficiar de madrina del FICSUR, el primer Festival Internacional de Cine de los Países del Sur del Mundo, que reunió a casi un centenar de películas y más de 8.000 espectadores. Ese madrinazgo incluyó una entrevista abierta en el auditorio de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo, que agotó sus localidades. Y es comprensible, dado que esta mujer que fue dirigida por cineastas de la talla de Clint Eastwood, Robert Redford, Paul Mazursky y John Frankenheimer, entre otros, tuvo una vida que cualquiera de ellos podría haber convertido en una película que superaría la ficción.
Dentro de la apretada agenda que le impone su fugaz visita a Buenos Aires, se hace tiempo para recibir a Acción en la suite que ocupa en un hotel del centro porteño. Mientras se peina para una producción fotográfica, cuenta como al pasar que estudió en un colegio de monjas y que, al día siguiente de perder a su padre, su familia empezó a conocer de cerca la pobreza. «Mi madre tenía siete hijos para criar, y con todo eso nos tuvimos que mudar a un barrio de gente trabajadora, humilde. Y por primera vez, siendo tan pequeña, percibí que había una vida distinta. Percibí la necesidad del día a día, de ganarse la plata para vivir. Cuando nos fuimos de aquella casa linda donde vivíamos con mi padre, compramos una panadería, donde todos trabajábamos. Pero antes de mudarnos, mi mamá, que era una costurera fantástica, sacó todas las cortinas y nos hizo la ropa, como en Lo que el viento se llevó».
–Nada hacía pensar en un destino de actriz, ¿cómo accediste a la profesión?
–En mi casa no teníamos nada que ver con el mundo artístico, pero mi hermano, que es gay y es un hombre muy lindo, comenzó a conocer gente de los medios en Brasil. Un día se convirtió en actor. Y en un determinado momento, un director le preguntó si conocía a alguna chica porque le hacía falta una princesa para un personaje, y él le dijo que su hermana podía convertirse en una. Y yo acudí para interpretar el papel. Cuando vi el cheque, había ganado lo mismo que toda mi familia trabajando un mes entero. Entonces, a los 14 años, abandoné el colegio. Me apasioné por el cine, por la fotografía y por la moda. Así fue como empecé. Y cuando retrocedo en mis recuerdos hasta aquellos inicios, veo toda mi vida cargada de música y de películas.
–Tu madre trabajó con vos haciendo el vestuario de algunas películas.
–Sí, cuando hicimos El beso de la mujer araña, Patricio Bisso, el diseñador de vestuario, que era argentino al igual que el director Héctor Babenco y que Manuel Puig, el autor de la novela, trabajó con mi madre y fue ella quien me hizo toda la ropa que usé en la película. Era una costurera muy buena y me confeccionó el vestuario de muchas películas, como el de Presidente por accidente, de Paul Mazursky. Esas son cosas de las que nunca se hablan, no porque sea mi madre, sino porque no se habla de los equipos que hacen que las películas puedan hacerse. Porque una película se hace en equipo.
Volver a la cima
Braga debutó en la pantalla grande en 1969 con O bandido da luz vermelha, de Rogério Sganzerla, pero fue recién en 1976 cuando alcanzó la fama al protagonizar la polémica Doña Flor y sus dos maridos, la adaptación que Bruno Barreto realizó de la novela de Jorge Amado. Más tarde llegarían Gabriela, clavo y canela (1983), también de Barreto y junto a Marcello Mastroianni, y El beso de la mujer araña (1985), dirigida por Babenco y acompañada por Raúl Juliá y William Hurt. El éxito de la película, que obtuvo cuatro nominaciones a los premios Oscar, fue la puerta de entrada a Hollywood y al jet set internacional. Aunque el glamour, las tapas de las revistas de moda y los flashes de los paparazzi que la perseguían nunca la alejaron del compromiso con el pueblo que la vio nacer.
–Se sabe lo que significó para tu carrera Doña Flor y sus dos maridos, ¿pero qué produjo a nivel personal?
–Fue algo muy intenso lo que vino de dos talentos como Jorge Amado y Chico Buarque: ambos lograron ponerse en el lugar del sentimiento de la mujer. Dos hombres que lucharon mucho por todo tipo de libertad, libertad sexual, que una mujer tenga la fantasía y el sueño que quiera. Yo venía de una vida muy machista, muy estricta, mi padre tenía una cabeza muy cerrada, al contrario de Jorge.
–¿Con qué directores brasileños que no trabajaste te gustaría filmar?
–Con todos. Hace poco vi una película que me fascinó, Boi Neon. Una obra maravillosa, sencilla pero increíble de un director llamado Gabriel Mascaro. También me gustaría volver a trabajar con Kleber Mendonça Filho, el mismo de Aquarius: es un director que sabe mucho de cine, muy sensible, y que además tiene muy en claro lo que quiere hacer.
–¿Aquarius te devolvió a la cima del cine brasileño?
–Fue un regalo extraordinario, hacía 20 años que no me tocaba un papel con las características de Doña Clara, pero creo que no solo es maravilloso para mí, sino que también para cualquier actriz sería grandioso hacer un personaje así. Fue algo maravilloso porque también, haciendo la película, aprendí con ella, algo que no pasa muy a menudo con los personajes que te tocan.
Brasil siempre estuvo cerca
Después de años de trabajar en el exterior, el vínculo de la actriz con sus compatriotas pasó por diferentes etapas. «Desde el momento en el que empecé a trabajar como actriz, construí un puente con el público», explica. «Hice personajes increíbles, que no siempre la profesión te da: Doña flor y sus dos maridos, Gabriela, El beso de la mujer araña. Todo eso se mezcló con la mujer, la ciudadana, con los hombres que tuve. Me fui a trabajar a Estados Unidos y ese puente se quebró. Aquarius me dio la posibilidad de reconstruir ese puente con el público y no solo como actriz, sino también como ciudadana. Y ese contacto fluido empezó a darse otra vez».
–Al igual que tu personaje de Doña Clara, vivís sola.
–Pienso que no me casé porque tenía que hacer dos cosas: llenar muchos papeles y hacer una fiesta. Eso para mí es la muerte. Para mí es mejor no tener que preguntarle a alguien qué quiere hacer por la noche o a dónde quiere ir de vacaciones.
–¿Llevás una rutina?
–Cuando no estoy trabajando, me levanto, me preparo un café, agarro mi cartera y salgo a la calle. Salgo a caminar y decido adónde quiero ir. Yo sé lo que es la soledad, y cuando me siento sola, llamo a un amigo y eso es todo. No lo veo como algo malo. Vivo en el Lower East Side en Nueva York. Vivo sola, no tengo ni plantas ni mascotas.
–Cumpliste 67 años, no tenés empacho en decirlo. ¿Te preocupa el paso del tiempo?
–Cuando tenía 24 años, la gente ya me preguntaba cómo me llevaba con lo de hacerme mayor. Con 31, por el tono de los periodistas, parecía que mi tiempo ya había pasado: «¿Qué piensas hacer ahora que sos más mayor?». Y yo les respondía: «Espero envejecer más y más. ¿Hay otra posibilidad en esta vida?».
–¿Volvés a ver las películas en las que trabajaste?
–Sí, las vuelvo a ver y es increíble cómo películas como Doña Flor y sus dos maridos o El beso de la mujer araña conservan la actualidad, no envejecieron. El beso de la mujer araña me enloquece porque es una película contemporánea.
–¿Sos crítica cuando te ves actuar?
–No, yo veo al personaje, no me veo a mí misma. Cuando veo una película veo al personaje que hice como el director me dijo que lo hiciera. Tengo una relación buena con los personajes.
–Doña Clara, Doña Flor, Gabriela. ¿Cuáles fueron los papeles que más quedaron grabados en tu memoria?
–Todos los personajes que hago son importantes para mí. No hay personaje que no quede marcado en mi vida, pero Doña Clara de Aquarius fue muy diferente a todos. Metafóricamente, fue como si un día viniera una nave espacial y me transportara a otro planeta. Acá todo estaba bien, pero encontré un planeta muy bueno, donde todo es maravilloso, extraordinario.
–¿Será porque ese personaje te dio los premios que antes no llegaban?
–Para mí el gran premio que puede ganar un actor es el de participar en una película. Ese es el verdadero premio. La consecuencia de tu trabajo son los premios. En el caso de Aquarius, los premios, el reconocimiento, la prensa, los festivales fueron importantes porque nosotros representábamos a Brasil y no «esa cosa» que está ahora en el gobierno. En una democracia no se puede hacer lo que ellos hicieron. Nosotros sí, como artistas, representamos a Brasil. Ellos, no.
–Entre el rodaje de la película y su estreno en Cannes, las cosas cambiaron mucho en Brasil y Aquarius se resignificó hasta convertirse en una metáfora de la situación política. ¿Los tomó por sorpresa?
–Cuando hacíamos la película, Brasil estaba hirviendo con una horda de derecha muy extraña, pero todavía no se sabía que iban a destituir a Dilma Rousseff. Cuando llegamos a Cannes, la cosa ya estaba muy mal y vimos que ese era el momento que teníamos que aprovechar para alertar al mundo que el mayor país de Latinoamérica estaba sufriendo un golpe y que era necesario que el mundo supiese lo que estaba pasando. Clara representa a todas esas mujeres luchadoras que en los 60 creyeron en un Brasil mejor. Cuando pone el disco de Roberto Carlos y suena «O Quintal do Vizinho», la música ayuda a hacer un viaje en el tiempo, y nos enseña que hay cosas que no debemos dejar que sucedan. No podemos dar un paso atrás en una democracia tan joven. De ahí que en Cannes nos manifestáramos contra la destitución de Dilma.
–¿Qué opinás sobre el avance de la derecha en Latinoamérica?
–Pienso que es muy importante la permanencia de la democracia en Latinoamérica como un todo, como un gran pueblo. En algunos países hay conciencia democrática, pero no democracia: en Brasil está pasando algo así.
–Vivís en Nueva York desde hace muchos años, ¿cómo es para una extranjera hacerlo en la era Trump?
–Uno de los peores sufrimientos que pasé en mi vida fue el resultado de las elecciones de Estados Unidos. No se esperaba de verdad y estar ahí, bueno, qué decir… En Estados Unidos todos somos inmigrantes, si bien soy ciudadana estadounidense, los únicos que no son inmigrantes son los nativos. El problema de la derecha es que solo considera inmigrantes a un tipo de población. Es un tipo de pensamiento que no sé cómo describirlo.
–Trabajaste con Clint Eastwood, Marcello Mastroianni, Robert Redford. ¿Te llegan muchas propuestas?
–No me llegan muchos personajes interesantes, a decir verdad. Ahora estoy con una película portuguesa sobre la virgen de Fátima, donde hago una participación especial interpretando a una mujer de más de 80 años. También se está por estrenar Going Places, que es la nueva película que dirige John Turturro, con un elenco donde están Susan Sarandon y Audrey Tautou. Y hace poco me llegó de nuevo un proyecto que me había llegado antes, pero que no había podido hacer porque estaba con el lanzamiento de Aquarius, así que como no se hizo me mandaron una nueva versión, pero no mucho más que eso.
–¿Qué esperás de ahora en más para tu vida?
–Lo que puedo decir es que espero poder vivir plenamente, como mujer y como ciudadana. Tener un espacio donde poder manifestarme libremente y poder seguir siendo yo misma.
Fotos: Jorge Aloy