Política | DOMINGO CAVALLO

El regreso de un fantasma

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Ricardo Ragendorfer

Perpetrador de la Convertibilidad y varias veces candidato, el economista es hoy reivindicado desde la derecha. Perfil de un jugador a dos puntas.

Foto: Getty Images

Hay algo en común entre los dirigentes de La Libertad Avanza y Juntos por el Cambio: la veneración por la figura de Domingo Felipe Cavallo. Este sujeto, tras dos décadas de confinamiento en el purgatorio de la Historia, es ahora un faro espiritual para ambos espacios.
Tanto es así que, desde 2019, el candidato libertario Javier Milei no se cansa de decir que «Mingo» –como lo llaman sus allegados– fue «el mejor ministro de Economía del país». 
Los elogios del macrismo no son menos ampulosos. 
«Hay que recuperar sus ideas para reconstruir el peso argentino», supo proclamar Luciano Laspina, un alfil de Patricia Bullrich, luego de visitarlo en su hogar el 7 de septiembre pasado. 
Fue cuando Cavallo, de pronto, soltó:
–No me hace caso.
Se refería nada menos que a Milei.
–Le dije mil veces –agregó– que no explicara por televisión los detalles del plan de dolarización que tiene.
Laspina, dada su identidad partidaria, sonrió con suficiencia. 
Pero eso bastó para que Cavallo, un hábil jugador a dos puntas, cargara de inmediato contra Carlos Melconian, quien en la actualidad pasó a tener la sagrada misión de traducir a un lenguaje lógico los dislates de Bullrich sobre su proyecto económico, además de ser señalado como el posible ministro del área, si ella llegara al Sillón de Rivadavia. 
¿Acaso sus críticas hacia aquel hombre fueron un guiño para Laspina, a sabiendas de que él también sueña con semejante cargo?
No obstante, su siguiente frase lo descolocó:
–Mirá, ya que te desplazaron y no saben el rol que te van a dar, ¿por qué no empezás a trabajar con Milei?
Es que Cavallo es un «tiempista» de pura cepa. 
Al respecto, un ya añejo episodio: al filo del invierno de 1989, aconsejó a Carlos Saúl Menem –quien acababa de ganar las elecciones– que no ayudara al agonizante Gobierno de Raúl Alfonsín a frenar la hiperinflación. Y para ello, apeló al sentido común: 
–Deje que todo estalle en sus manos. Después será mucho más sencillo aplicar las medidas necesarias.

El mesías de la paridad
En diciembre de ese año, ya siendo canciller de la administración menemista (su primera responsabilidad en esa etapa), Cavallo fue a un programa nocturno que Mirtha Legrand conducía en ATC.
Su cara aún era casi desconocida para el público.
Pocos televidentes sabían que él, desde la presidencia del Banco Central en el último tramo de la dictadura cívico-militar, había estatizado la deuda del sector privado. Un hito en la entrega del patrimonio nacional. 
Ahora, con los ojos clavados en la cámara, dijo: 
–Salir de la hiperinflación es algo muy complejo. Porque la gente está hipersensibilizada. Pero estoy seguro de que el doctor Menem hallará la forma de superar esta situación. 
Junto a él, su esposa, Sonia Abrazian, lo miraba embelesada.
¿Acaso él esperaba que «todo estalle» en las manos del riojano para así llegar al Ministerio de Economía?
Pues bien, sus antecesores –Manuel Roig, Néstor Rapanelli y Antonio Erman González– hicieron lo posible para que ello ocurriera. 
De modo que, con el país a punto de entrar en combustión, Cavallo fue entronizado en aquel cargo el 31 de enero de 1991.
Ese día, al jurar sobre los Santos Evangelios, junto a él, doña Sonia lo miraba otra vez embelesada. 
En aquel momento, el dólar cerraba a 10.000 australes.
Entonces, Cavallo le amputó a tal cifra sus cuatro ceros para forzar una paridad cambiaria del peso (la nueva moneda de curso legal) con cada unidad de la divisa estadounidense. En rigor, ese 1 a 1 era una paridad ficticia y atada con alambres, lo cual, entre otras limitaciones, restringía la emisión de dinero a las reservas disponibles de dólares. En ese –diríase– pase de magia consistió su famoso «plan de convertibilidad».
El asunto tuvo un efecto lisérgico sobre la población. De hecho, la clase media, envuelta en un frenesí consumista, estaba chocha, ya que, por ejemplo, viajar a Miami o al Caribe costaba menos que ir a Chapadmalal.
Durante el primer lustro de los 90, la dupla Menem-Cavallo contó con la admiración absoluta de esa nueva categoría sociológica llamada «la gente». 
Doña Sonia tocaba el cielo con las manos. 
Pero mantener aquel forzado «equilibrio fiscal» tuvo sus costos: ajustes brutales sobre la salud y la educación mientras se privatizaban casi todas las empresas del Estado, con la consiguiente precarización laboral. Ya en 1995, la tasa de desempleo trepaba al 18%, con tres millones de habitantes sin trabajo. El humor social se enturbiaba. 
Cavallo era consciente de que había activado una bomba de tiempo. Por lo que no vaciló en urdir su repliegue anticipado. 
Dicen que doña Sonia no fue ajena a la estrategia ideada por él con esa finalidad: denunciar a «las mafias enquistadas en el Gobierno».
El punto más álgido de esta trama ocurrió a mediados de 1996, cuando Cavallo se dejó caer en la Procuración General de la Nación para entregar allí documentos que probarían el papel de un aliado del presidente, el empresario Alfredo Yabrán, en numerosos delitos económicos. 
La maniobra de Cavallo salió según sus planes: Menem, muy ofuscado, le pidió de inmediato su renuncia. 
En tanto, doña Sonia decía lo suyo a la prensa: «Doy gracias a Dios por el carácter de mi marido». 

El ángel exterminador
El exministro creía tener un gran futuro político por delante.
Entre 1997 y 2000 fue, sucesivamente, candidato a diputado nacional, a jefe de Gobierno porteño y a presidente. En cada una de esas lides, doña Sonia fue su puntera principal: recorría los barrios, iba a programas de TV e, incluso, discurseaba en los actos de campaña. 
Pero fue un esfuerzo inútil: en las urnas, Cavallo mordía una y otra vez el polvo de la derrota.
–La ciudadanía no entendió que mi esposo es el único político capaz de corregir los males del menemismo –dijo ella, con un rictus de reproche, en el programa de Mariano Grondona tras las presidenciales de 1999.
Quizás el vencedor de esa contienda, Fernando de la Rúa, recordara tal frase en marzo de 2001, ya jaqueado por el atroz ajuste que quiso imponer su ministro de Economía, Ricardo López Murphy, cuya cabeza rodó a los 13 días de asumir.
En su reemplazo fue convocado «Mingo», quien nuevamente sintió bajo sus talones el costillar de Rocinante. 
La escena de su juramento parecía un remake de cuando lo hizo por primera vez, siempre con doña Sonia junto a él, ebria de emoción. 
El tipo ahora debía desactivar la Convertibilidad, su propio invento. 
El resto de la historia es conocida. 
Iniciativas como el llamado «megacanje» de la deuda externa, el recorte del 13% en los pagos a jubilados y trabajadores estatales (medida que contó con el apoyo de la entonces ministra de Trabajo, Patricia Bullrich), junto con el «corralito», que retenía los depósitos bancarios, hizo que, entre el 19 y 20 de diciembre, «todo estalle», pero esta vez «en sus manos». 
En medio de aquellas circunstancias, Cavallo se escabulló a hurtadillas de su despacho, mientras De la Rúa huía de la Casa Rosada en helicóptero.
En las calles, la represión a las puebladas ya se había cobrado 39 muertos. 
Desde ese momento, Cavallo fue un nombre sepultado en el olvido.
Ahora, del brazo de libertarios y macristas, ha vuelto a la vida.

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