9 de noviembre de 2016
«Esta es la fatiga de la muerte», dijo. Eran las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850 cuando el Libertador pidió que lo llevaran a su cama. Allí tuvo sus últimos recuerdos, los de una vida inmensa e intensa, que pasaban rápido detrás de la oscuridad amarillenta de su ciega mirada: los hombres y mujeres, los lugares, las batallas, la gloria, las calumnias, el destierro… la cordillera y sus altas cumbres.
En estas épocas que nos asolan con calumnias y denuncias sobre todo hombre o idea con carácter popular y sentido nuestroamericano, es preciso rescatar la figura, la decisión y el pensamiento de Don José, el general y el estadista, más allá del bronce, para traerlo como ejemplo de construcción emancipadora, frente al lacayismo que se extiende en el país y el continente.
Recordar que San Martin fue calumniado, perseguido, ninguneado y exiliado, que su aguda mirada crítica fue silenciada, sus opiniones tergiversadas o en casos acalladas; y que su visión del ejército y de la política, el rol social y a la vez emancipador del militar, fue censurado.
Y quienes encararon ese desprecio político eran los apellidos «ilustres» que conformarían la oligarquía nativa.
En estos tiempos resulta muy necesario rescatar el ideario y la épica sanmartiniana, una guía insustituible para el destino de nuestro pueblo, así como una corriente liberadora con idea de que otra América Latina es posible, banderas que enarbolaron Martí y Bolívar.
Para empezar a rescatar esta épica habrá que explicar pacientemente la historia con un sentido dialéctico, comenzando por aclarar que los grandes luchadores por la emancipación y la independencia, con San Martin como claro ejemplo, no sentían «angustia» por lo que encarnaban, sino el inmenso placer que logra quien está en la cúspide de la lucha por sus ideales.