18 de agosto de 2023
Gustavo Petro siempre supo que llegar a la presidencia de Colombia implicaría desde el primer día llevar adelante una batalla para evitar que lo destituyeran. Por experiencia propia sabía que lo intentarían, tal cual le había sucedido cuando fue alcalde de Bogotá y el Poder Judicial lo destituyó, aunque después de una confrontación y con mucho esfuerzo logró retornar al cargo.
Uno de los problemas centrales que tiene cualquiera en Colombia que intente reformas estructurales es que hay fuerzas muy poderosas que harán lo imposible para impedirlo. El caso más emblemático de su historia fue el asesinato del Jorge Eliécer Gaitán en 1948 mientras era favorito para ganar las elecciones y que derivó en una cruenta guerra civil, el posterior surgimiento de movimientos guerrilleros y una espiral de violencia sin fin.
Los medios de comunicación más poderosos lideran la campaña en su contra cuando apenas lleva un año en el Gobierno. El objetivo no es solo desprestigiar su gestión sino que le ocupe más tiempo defenderse que gestionando, para que luego lo señalen como incapaz de implementar sus promesas, un mecanismo habitual del llamado «lawfare». De esta manera, las reformas son eclipsadas por los escándalos mediáticos, aunque luego ni siquiera queden atisbos de las diversas denuncias. Después de cuatro años de parálisis en el proceso de paz que impulsó el expresidente Juan Manuel Santos –y que Iván Duque congeló porque siempre se opuso– Petro logró reactivarlo iniciando negociaciones con las diversas fracciones guerrilleras. Pero al carecer de mayoría propia en el Congreso se encuentra atado de pies y manos para avanzar con su programa. Llegar al Gobierno no implica tener el poder real del país que sigue manejado por grandes grupos económicos en conjunto con los más influyentes medios de comunicación y el siempre servicial Poder Judicial. Petro lo sabe.
En la mira. El mandatario, en medio de escándalos y embestidas opositoras, a poco más de un año de su llegada al Gobierno.
Foto: Getty Images