28 de agosto de 2023
«Estamos en una sociedad resultadista, que se olvida de los procesos y de las personas que están aprendiendo a vivir», dice la exnadadora olímpica de 23 años, quien acaba de publicar un libro sobre su historia.
Más o menos un año le llevó a Delfina Pignatiello sacarse mochilas y empezar de nuevo. Ahora tiene 23, pero a sus 22, cuando anunció que se retiraba de la natación profesional, en el invierno pasado, era figura del deporte argentino.
Tres medallas en el Mundial Junior (Indianápolis, Estados Unidos, 2017), dos en los Olímpicos de la Juventud (Buenos Aires 2018) y tres oros en los Panamericanos (Lima, 2019). Además, récords argentinos y sudamericanos. Contagiaba frescura, sus seguidores en redes sociales se multiplicaban y se iba convirtiendo en la nueva cara deportiva. Pero a la vez era víctima de un sistema que muestra luces y tapa oscuridades. Arma de doble filo, se hartó de los insultos en las redes sociales. Tenía cientos de seguidores que la elogiaban y algunos perseguidores que la trataban de perdedora porque no ganó medallas en los olímpicos de Tokio (2021, plena pandemia por covid).
Como no alcanzó esas expectativas, las agresiones se multiplicaron en tuits y posteos. A ella, más allá del dolor, le sirvió para replantear a la sociedad y replantearse a sí misma. Siguió nadando y de a poco empezó a hacer otras cosas que le gustan más. Imaginen el hartazgo acumulado de una chica que pasó su infancia y adolescencia madrugando para entrenar en una pileta, ir al colegio, a la tarde volver a nadar o al gimnasio y a la noche, recién tras la tarea escolar, descansar. Así, de lunes a viernes. Los fines de semana, cero salidas con amigas. Había que seguir entrenando. Y la alimentación: siempre estricta. A eso que debería ser un esfuerzo para alcanzar un sueño se le contraponían insultos.
Entonces irrumpió la cuarentena, se cerraron los clubes, avisó su cansancio y se dedicó a la fotografía, que tanto le gustaba, y a escribir y hacer dirección audiovisual. Se cambió el corte de pelo y la forma de vestir y abandonó bastante las redes sociales. «La gente es muy cruel y por más que ignore quiero cuidar mi salud mental», expresó en ese momento. De ese silencio y de esos años surgió Diarios de delfín, el libro de fotos y textos que acaba de publicar. Emprendimiento propio: no quería publicar a través de editoriales multinacionales para que no metan mano a su propia idea. Así que eligió temas y formas y ella misma se puso a venderlo.
«Me tomé mi tiempo, me mantuve en silencio de lo público y me dediqué al libro y a la fotografía. Lo empecé en cuarentena, quedó colgado y en 2022 le encontré una conexión con lo que quería contar. Es un libro que representa cosas de mi historia como deportista, cosas que nunca conté, relatos que en su momento fueron conocidos, pero de los que nadie supo cuál era mi perspectiva. También hay cosas oscuras que fui atravesando. Cuento cómo las atravesé y cómo me fui metiendo en el cuidado de la salud mental», le dice a Acción al comienzo de una larga charla.
Hacer un click
A la entrevista realizada en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, pleno centro porteño, Pignatiello llegó acompañada de su joven agente de prensa, Andina, quien le promociona el libro. Delfina es alta, delgada y con hombros que se perciben marcados a pesar del abrigo invernal. Habla pausado. Desde los 21 vive sola en Buenos Aires y los fines de semana vuelve a San Isidro para relajar junto a sus padres y hermanos. Se le nota la experiencia de quien ha vivido más de lo común para la edad. Detrás suyo hay viajes, entrevistas, exposiciones, competencias y mundo.
Se acomoda –por momentos casi que se recuesta– en una silla. Cambia de posición y de mirada según la imagen que le propone el fotógrafo. «Somos colegas», le sonríe ella. Y se vuelve a acomodar.
–¿Cuál es tu relación actual con las redes sociales?
–Tengo una distancia de ellas. Las redes sociales son un espacio artificial muy diferente al mundo real, el de mis amigos, el de mi pareja, el de mi familia. Las uso como herramientas laborales o de comunicación y no como algo que me limite como persona. Pasé por momentos de bullying que me dolieron, pero me enseñaron que hay una diferencia entre las redes y la vida social. También recibí lindos comentarios, de apoyo, de gente con buena vibra. En la calle jamás me crucé con nadie que me dijera alguna de las barbaridades que me decían en redes. Todo lo contrario: me pedían fotos. Eso me hizo entender que hay gente que se esconde y solo descarga su odio.
–¿Hubo un click para darte cuenta de que ya no querías nadar profesional o competitivamente?
–Me di cuenta de que no estaba disfrutando mi vida, estaba incómoda, en una zona de confort de la que quería salir. Cuando terminé mi sueño, que era competir en un juego olímpico, volví y hablé conmigo misma. Me pregunté qué quería. Escuché a mi corazón, a mi interior, y me animé a dar un paso. Me podía salir bien o mal, pero de cualquier manera iba a aprender algo. La verdad es que a partir de ahí no dejé de aprender cosas nuevas. Sobre todo a tomar decisiones, a hacerme cargo de ellas, y a hacer las cosas con amor. La única prioridad en esta vida, que es la mía, soy yo.
–¿Extrañás, aunque sea en parte, la natación?
–A nivel competitivo, profesional, no la extraño. Tengo recuerdos muy lindos, me dio momentos increíbles, momentos de enfrentarme conmigo, de entender a la vida, de entender qué es el ego. Hoy no volvería a competir, pero no quiero cerrar la puerta porque soy joven y la posibilidad de volver puede estar. De la natación aprendí a ser perseverante, a tomar decisiones, a ser responsable, a trabajar en equipo, a ser sensible. Es mi mayor maestra en esta vida y lo seguirá siendo. La natación sigue siendo un espacio sagrado en el que me encuentro a mí misma, en el que me sumerjo en mi creatividad y mis pensamientos. Me hace bien a mi salud física y mental. Trato de nadar tres veces por semana y además voy dos días al gimnasio.
Viaje a un mundo nuevo
–¿Qué te gusta de tu vida actual?
–Irme de viaje, conocer otras partes del país y del mundo, algo que siempre quise hacer. Me gusta mucho viajar. Si bien lo había hecho por el deporte, no podía ver en detalle los lugares a los que iba. Disfruto de hacer escapadas, de irme a la costa, a donde haya verde, donde haya mar. Antes era imposible porque tenía una semana de vacaciones al año, pero ahora puedo romper con las rutinas. Eso es impagable. Me enfoqué en disfrutar y hacer lo que me gusta. Así, se me abrió un abanico con un montón de opciones. Creo que es para mejor. Por algo la vida nos lleva por un determinado camino; la vida es sabia, nos va abriendo el camino y nos va mostrando qué hay. Yo elegí por qué camino seguir.
–Hablaste del ego y pensé también en la fama, que te llegó de chica, y pudo apabullarte.
–A la fama le escapé porque quería arrancar en un rubro nuevo, sin ser nadie, poniendo ladrillito por ladrillito. Era una adolescente y me pasaban muchas cosas. Tenía cada vez más seguidores en Instagram, pero no me daba cuenta de la fama. A los 19 me di cuenta cuando me paraban en la calle y me pedían fotos: algo pasaba. Era conocida, había extraños que sabían cosas de mí. Eso un poco choca. Hay una canción de Rosalía con The Weeknd que dice «es mala amante la fama», y tiene razón. La fama te quita más de lo que te da, se va apoderando de tu percepción de la realidad. Cuando llega la fama, que una a veces ni la busca, hay que mirarse los pies, mirar dónde está una parada.
–Suele verse al deportista consagrado como inalcanzable y ejemplar. Pero a veces ese deportista se convierte en objeto de odio.
–Estamos en una sociedad elitista, resultadista, que se olvida de los procesos y que se olvida de que las personas que admiramos no son superhéroes sino humanos; y que están aprendiendo a vivir, más allá de que logren cosas excepcionales. Sobre todo los deportistas: su grandeza no deja atrás que son seres humanos. Como público, porque ahora soy público de gente que admiro, habría que recuestionar cuánta expectativa ponemos en esa gente que admiramos.
–Los mismos deportistas salieron a decir basta. No es poco.
–Esas voces que salieron a poner un freno, a hacerse valer y hablar de problemas de salud mental fueron fundamentales no solo para deportistas sino para cualquier persona mediática. Fue como decir «che: banquen, todo bien con el derecho a opinar, pero hay un límite». En el mundo competitivo hace falta un poco más de humanidad, no olvidarse de que hay una persona detrás del atleta. Hay que valorar los procesos, entender que los resultados no son inmediatos. Hay que permitirse procesos en una generación que todo lo quiere ya. Los procesos deportivos llevan años. Hay que tomar la salud mental como algo tan importante como lo físico.
–¿Qué le dirías a la Delfina Pignatello anterior, la que madrugaba, nadaba, competía y participaba en redes sociales?
–A la Delfi que compitió y ganó torneos la veo con orgullo y respeto. Mucho respeto. Me dan ganas de abrazarla. Siento que esa Delfi cumplió con lo que quería hacer. Respeto a esa Delfi que fue a por un sueño, que fue fuerte para bancarse esas cosas difíciles que hacía, aunque con gusto. Esa fortaleza habla de mí. Esa fortaleza me va a acompañar siempre. Me parecía difícil romper con todo lo que se esperaba de mí, pero al final fue fácil. De alguna manera siento que se me están conectando los cables entre la que fui y la que soy.
–En tu forma de expresarte se te nota muy madura.
–Me han dicho que cuando hablo parezco más grande de lo que soy. Creo que es por experiencias que afronté desde muy chica. Viajaba a los 15 años con gente de 20 o 30 y me tenía que amalgamar con los grupos, con las responsabilidades, con ser profesional a los 16 años. Fueron cosas que me obligaron a madurar antes de tiempo. Y ahora que vivo otra vida aprendo cosas que no tuve de adolescente, sobre todo cosas sociales. En algún punto, se me invirtieron esos tiempos.