28 de julio de 2023
Ganadora del Premio Médicis, la escritora recurre tanto a documentos históricos como a tramas inventadas para cuestionar mandatos sociales e imperativos morales.
Inconformista. En «Derroche», su última novela, la autora desarrolla con mucho humor una crítica a la idea de carrera profesional.
Foto: Prensa/Gabriel Díaz
Archivos, teorías, pensamiento, imaginación, destellos de la contemporaneidad conocida pero siempre, bajo su prosa, cuestionada: todo eso cabe en las ficciones de María Sonia Cristoff, ganadora del prestigioso Premio Médicis en 2022. Autora también de compilaciones como Idea crónica y Pasaje a Oriente y de los libros de no ficción Desubicados y Falsa calma, su estilo está signado por la hibridez, término que, a diferencia de algunos colegas suyos, no desdeña.
A su novela Inclúyanme afuera, estructurada también con documentos históricos, como la posterior Mal de época, en la cual intercalaba diarios personales con una trama inventada que, sin embargo, tenía resonancias conocidas, se sumó Derroche. Atentados, una guerra, boicots, sabotajes: en cada una toma riesgos y pone en acto diferentes formas de resistencia a lo que pareciera venir dado. Y allí caben los trabajos, las interpretaciones compartidas sobre lo que está bien y lo que no; los mandatos sociales que esconden el mecanismo que los genera.
La literatura de Cristoff insiste sobre estos tópicos con variaciones en cada una de sus piezas, como si una misma obsesión fuera rodeada, abarcada, explorada, desde distintos flancos. En diálogo con Acción, admite que, en Derroche «hay un retorno al tema del sabotaje, sí, y más específicamente del sabotaje anarquista. Creo que eso vuelve porque me interesa a nivel trama, de contexto histórico, de horizonte utópico, pero a la vez vuelve porque lo veo relacionado con la apuesta formal que hago en mi narrativa, con eso de ir narrando a la vez que socavo los cimientos, que genero inestabilidad: son algunas de las formas que encuentro de ir a contrapelo de la novela clásica, realista, de trama bien legible, de personajes muy bien delineados».
Además, en Derroche realiza un trabajo sobre el verosímil diferente a su obra previa. Algunos personajes escriben desde el género epistolar y de la crónica de viaje que, dice, «son dos de los formatos más clásicos de la narrativa, pero ellos derrapan y hacen entrar la novela en otro verosímil». Lucrecia, otra de las protagonistas, toca «una subjetividad bien anclada en el mundo, un registro que se acerca mucho a la crónica de lo contemporáneo». A diferencia de su tía abuela Vita, quien la embarca en una aventura que funciona como búsqueda del tesoro, una herencia escondida que debe encontrar, a costa de cumplir con sus indicaciones. La mirada de Vita está armada, cuenta la autora, a partir de la prosa de periódicos anarquistas de hace un siglo. Y «no solo instaura una voz de una anacronía muy marcada sino que, por momentos, habla desde el Más Allá, habla después de muerta».
Voluntad crítica
Si bien la intriga y la progresión dramática están presentes en cada uno de sus libros, despliegan al mismo tiempo, y de manera orgánica, hipótesis especulativas y anclajes teóricos. La estrategia, dice Cristoff, se vincula a sus lecturas. «Soy una devoradora de ensayos, un género que me encanta. Y no solo eso: creo que hay en el ensayo una pregunta, una voluntad crítica, un afán investigativo, un dejarse interpelar por el presente que a mí me convoca mucho cuando escribo novelas. A mí no me moviliza tanto esa necesidad de narrar, de contar un cuento, una historia, sino más bien la de cuestionar, la de indagar, la de investigar, la de seguir un hilo y sus posibles derivaciones».
Uno de los temas que piensa Cristoff es el innegable centralismo porteño. Ella nació en Trelew y migró a Buenos Aires –donde aún vive– para estudiar Letras en la UBA. Vuelve de manera regular a su ciudad natal y a Puerto Madryn, donde reside parte de su familia. Si algunos teóricos dicen que determinadas imágenes concretas influyen en los escritores –a veces de manera evidente, como en el caso del litoral en Juan José Saer o Juan L. Ortiz–, Cristoff señala que su geografía y su traslado a la gran ciudad afectaron a su literatura. «Y de un modo mucho más absoluto de lo que quisiera reconocer, o mejor dicho de lo que hubiese querido reconocer cuando pensaba que era capaz de prescindir más de ciertas condiciones contextuales, históricas», señala.
Cuando llegó se enfrentó a un porteñocentrismo que no tenía fisuras. «No tenía muy claro desde dónde combatirlo, mitigarlo, abordarlo, porque a la vez lo último a lo que quería sumarme era a la nostalgia del pago chico y a los regionalismos que se le pueden llegar a asociar en el terreno literario», cuenta. Su estrategia de resistencia fue original: no especializarse, como la mayoría de sus compañeros, en literatura argentina; ella se siente una escritora más latinoamericana que «argentina», porque eso suele ser sinónimo de «porteña».
Junto con lo anterior, en la facultad eligió la orientación en Lingüística. Y se puso a leer clásicos europeos. Su relación tan fuerte con aquellas obras, dice, «tiene más que ver con el origen provinciano que con un gesto europeizante: ahí veía una tradición que claramente no se alimentaba de regionalismos y que me servía de escudo, me permitía armarme una base, un programa, porque la literatura europea era también parte de un afuera, y de un afuera bastante devaluado: un dato que no se suele tener en cuenta es que, en Puan, donde yo estudiaba, donde yo me formé, era lo peor hacer la orientación en Literaturas Europeas». El problema, dice con inteligencia, desarmando, una vez más, los presupuestos, no es leer literatura extranjera, sino hacerlo de una manera cipaya. La clave es desde dónde se lee. No qué.
Su novela Derroche desarrolla con mucho humor una crítica a la idea de carrera profesional. El tema del dinero, en especial el que se malgana a costa del prestigio y la sujeción a reglas que nada tienen que ver con el trabajo intelectual con el que soñaba la protagonista, provocan escozor. La novela genera, sobre estos temas, una risa hiriente. Sobre sus propias maneras de ganarse el sustento, la autora asume que dar clases –se desempeña como profesora de Escritura Creativa en UNTREF– es su forma favorita de hacerlo.
«El Romanticismo es un movimiento lindo para leer pero no una experiencia buena para vivir, en este caso concreto, porque al querer deslindar la escritura del dinero, y de esas prácticas mercantilistas, estaba llenándome de otros trabajos que me quitaban tiempo para escribir», observa. No se considera docente sino una escritora que da clase. Y eso le facilita la escritura y la propicia, en vez de ser una forma que conspira contra su objetivo. Entonces, María Sonia Cristoff pareciera ensayar estrategias de resistencia de manera concreta, para encontrar las formas de narrar un mundo desquiciado, sobre el cual piensa y a la vez se desmarca, llenándolo de inteligente, atrapante, inconformista literatura.