22 de julio de 2015
Esta historia nos remite a los tiempos de terrible represión fascista que se produjo con el golpe pinochetista en Chile y que fue protagonizada por un militante comunista del campo empresario, Jorge Schindler, que junto con otros compañeros decidieron utilizar sus capacidades empresariales para ayudar a los trabajadores y militantes en la construcción de una red solidaria, a través de una organización de farmacias cuyo objetivo era proteger y salvaguardar sus vidas, al mismo tiempo que generaba empleo.
Schindler había acumulado una sólida experiencia en el rubro farmacéutico, lo que le permitió desarrollar durante el gobierno de Allende las primeras farmacias de urgencia, que contribuyeron a mejorar la distribución y acceso a medicamentos a más de 15.000 mineros del carbón, que luego profundizó con el formulario nacional de medicamentos (genéricos) que se extendió a todos los trabajadores sindicalizados.
Fue convocado por el Gobierno de la Unión Popular y volcó toda su experiencia empresarial en la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), luchando contra el acaparamiento y desabastecimiento de medicamentos provocados por los grandes laboratorios en línea con los intentos golpistas pergeñados por los sectores concentrados de la economía.
Tras el golpe, Schindler fue perseguido y cesanteado. Sin embargo, junto con otros empresarios del sector, concibieron una estructura que además de la red de farmacias contemplaba la atención primaria de salud y emergencias para los sectores marginados que ya en esa época no tenían acceso a la atención médica.
Desde 1974 hasta mitad de 1980 esta red de protección y trabajo clandestino se mantuvo efectiva, organizada y solidaria, y permitió salvarles la vida a 75 personas, entre ellas a dirigentes del PC, socialistas e inclusive miristas. Esta red contempló, además, garantizar la comunicación con parientes, amigos y direcciones partidarias, y en ese sentido pudieron escribir mil tareas de sobrevivencia, hasta los últimos y denodados esfuerzos de Schindler por mantener la red de farmacias, pese al asedio de los aparatos represivos del régimen militar.
A 40 años de esta heroica gesta de un emprendedor solidario, Chile puede dar cuenta de su propia lista de Schindler, en este caso de un militante que no especuló ni amasó fortuna con su idea, sino que con visión empresaria, se encomendó junto a sus compañeros en una misión humanitaria. Como él mismo lo explicaba en su regreso a Chile después de más de 20 años de exilio: «Si no fuera por mi apellido, quizás no hubiera trascendido, pero en realidad no fue una tarea personal, sino de todos los militantes involucrados», en una tarea que, como definió el dibujante Héctor Oesterheld, no creía en «el héroe individual, solo en el colectivo».
—Horacio Aizicovich